Abajo, el río ha marcado su senda, con pequeñas modificaciones que a veces logra al derribar un árbol o rodear una piedra.
El agua se desliza con un murmullo suave, apenas interrumpido por algunas risas o el mugido de un ternero que ha perdido a su madre.
Una curva del río rodea un potrero donde pastan algunas ovejas, bajo el cuidado del hombre que vive allí, en una casa pequeña, protegida por la barranca, aislada pero acogedora.
Por las tardes, después de terminar sus tareas, el hombre y su compañera se sientan, mirando hacia el Oeste, donde el sol brinda su espectáculo irrepetible.
Entre mate y mate, ella le lee sus libros preferidos, mientras él entrecierra sus ojos, que a veces se niegan a ayudarlo.
En la voz de ella, van creciendo mundos, llenos de brillo, vibrantes, poblados por seres plenos de vida, construyendo historias y futuros.
En el silencio de él, callan todas las preguntas.