La resonancia de los suplicios

El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)

Nombre: blanconegro
Ubicación: Argentina

27 mayo 2008

Luces intensas para resaltar los brillos, que por falsos necesitan de mucha iluminación para ser notados.
Murmullos, algunas voces más altas, un silbido resaltando sobre el fondo.
Las miradas se tornan expectantes, anhelan ser sorprendidas.
De pronto, se corre un telón, aparece una puerta falsa, y surge, como una diosa en este Olimpo de plástico.
Ella, nuevamente desvestida para matar.
Cabello fatalmente rubio, aumentado por la justa cantidad de extensiones.
Los ojos, perdiéndose en el maquillaje abundante y colorido, que le cubre una superficie de piel bastante mayor que la ocupada por su ropa.
El conductor incentiva los gritos de los presentes, sumando los suyos.
¡Aquí está, nuevamente con nosotros!¡La única! ¡ La más bella!
Se acerca, la mira embelesado, le pregunta algo que ella no logra escuchar.
Toda su atención se acaba de desviar, concentrada en un sitio fatal, en donde puede ver la tragedia de esta que debió ser su noche de gloria.
Acaba de caérsele la lentejuela en forma de estrella que disimulaba la horrible e inoportuna mancha que apareció en su frente esta mañana.
Su sonrisa se transforma en rictus, sus ojos se nublan; lentamente, cae al suelo, desmayada de horror y espanto...

Necesito llegar a casa a tiempo para ver el partido.
Y vos, con qué derecho te parás delante de mi auto.
Voy a acelerar y te paso por encima.
Total, hay tantos como vos.
Y si no te piso yo, ahora, algún otro lo hará, cuando estés más borracho.
O yo mismo, cuando esté más sobrio que hoy.

Así nomás.
Sin introducciones huecas y sin más rodeos que las estúpidas pausas para respirar que impone la condición humana, lo dije todo.
Sí, fui yo.
Lo hice porque estaba harto, literalmente congelado.
Lo hice a pesar de que servirá para que se beneficien los inútiles de siempre.
Debo recordar que más de una vez he envidiado la capacidad que tienen tantos para el aborregamiento, similar a esa propiedad del corcho, que flota en cualquier líquido, que se mantiene siempre en la superficie de lo que sea: agua, vino, sopa o mierda.
Me descubro respetuosamente ante los borregos, que en esta sala son mayoría.
Bien vestidos, bien peinados, correctamente sentados.
Uniformados en el menor esfuerzo, copiando el gesto de quien tienen al lado, para evitar el acto arrojado de pensar o la osadía de decidir.
Sí, fui yo.
Fui yo quien cerró esa ventana por la que entraba un viento frío e insoportable.
Tal vez haya sido visto como una herejía, pero se apagaban las velas y se me volaban las hojas del Misal.

El otoño parece potenciar la angustia, al menos eso es lo que le debió haber sucedido a ella.
Lo digo porque me parece que venía bien, desde que salimos de la internación parecía estar bien.
Aunque, ahora que lo pienso mejor, Laura me dijo que la había visto un poco rara.
Pero, claro, a quién no ve raro Laura.
A todos los que no son como ella, lo que involucra a la mayoría de los seres vivientes.
Me parece un poco intolerante Laura.
Referirse a Lucía como loca no la hace más cuerda.
Sólo que Laura trata de enmendar los errores ajenos, darles una solución a las equivocaciones, mientras que Lucía absorbe y absorbe tragedias.
Hoy, cuando me enteré de lo sucedido, tuve la certeza de que mis amigas debieron haber compartido un rato largo. Tal vez Laura se extralimitó en algún consejo.
Siempre le decía: Hacete valer, no seas tonta. Hacé valer tus derechos.
Pero Lucía no siempre tiene en claro sus derechos, es tan retraída.
Eso sí, cuando está convencida, no cambia de parecer.
Laura hablaba mucho, muchísimo. Y Lucía aprecia el silencio por las tardes.
Sí, creo que por eso debió haberla estrangulado.