La resonancia de los suplicios

El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)

Nombre: blanconegro
Ubicación: Argentina

20 agosto 2011

La ruta casi desierta en una tarde de invierno. Los campos vacíos, parecen muertos después de la cosecha, planicies extensas apenas heridas por los alambrados o mostrando la sorpresa de un molino.
A intervalos irregulares, eucaliptos de aspecto extraño, como monstruos de los pantanos de películas clase B, habitantes de las banquinas que van pasando como una ráfaga de sombra.
El viaje, por repetido no se hace breve y amenaza el sueño, haciendo que los parpadeos sean menos frecuentes a fuerza de voluntad para mantenerlos abiertos, pero cuando caen tardan cada vez mas tiempo en despegarse.
El sol de frente ya deja de ser una molestia, es posible mirar las nubes para romper la monotonía del asfalto. Al levantar la mirada, veo las bandadas volando hacia el sur.
Van apareciendo como puntitos formando figuras difusas, pequeñas islas negras sobre el cielo que se va oscureciendo, mas visibles cuando atraviesan alguna nube. Al acercarse, es posible ver -o quizá adivinar- las formas individuales, alas agitadas y picos agudos. Después de un momento, se empequeñecen hasta desaparecer.
Pasan los kilómetros y veo nuevas formaciones, como si una hecatombe los estuviese haciendo huir o los convocara una urgente reunión de seres alados, a realizarse muy pronto en algún lugar de la Patagonia.
Por la noche, sueño bandadas que forman señales claramente visibles desde el espacio, indicando los puntos exactos para el aterrizaje.

Las imágenes del agua, el revés de los espejos.
Sueño recurrente,
siempre el agua, los reflejos.
Escaleras sin final, mundos que no pueden ser revelados.

Desde el fondo de un pozo, una mirada interrogante.
Cae una piedra, la imagen se retuerce.
Tras la calma,
la piedra en el fondo,
sobre ella la ilusión.

Un espejo dorado, agua petrificada,
¿quién está mirando desde ahí,
dejará rastro cada reflejo al atravesar la superficie?
¿Tiene alma esa mirada?
Lentamente, uno a uno, han caído los velos.

Miente el espejo,
dice lo que quiere ser escuchado.
A veces miente el agua,
cielo y nubes para ocultar el abismo.

15 agosto 2011

Agua profunda,
quieta,
la mayor parte del tiempo.

Sol de agosto, extraño y cálido
dibujando filigranas
entre las sombras del patio.

Matilde rezonga,
otra vez los gatos
han destruido sus macetas,
animalitos endemoniados,
por la noche aniquilan
lo que crece en el día.

Las gallinas picoteando maíz
se cuentan sus últimas noticias:
la colorada está clueca,
no me diga que se casó,
así parece, con el bataraz
que sean felices los dos,
y que él no nos descuide
murmura la copetona.

Entre perros y sonrisas,
llega Laura, nieta favorita,
busca la mano de su abuela
para preguntarle, suave,
si hoy podrá
ayudarla en la cocina.


Un sol confundido
erró la distancia.
Caerá en el mar
como un pelícano,
persiguiendo una sombra
entre el reflejo del agua,
como la luz que se escurre,
sueño de un pájaro
aleteando en la noche.
La tarde de lluvia
borrando los bordes,
ahora agua, luego arena.
Las olas ignoran el motivo,
sólo repiten el camino,
como hago yo.

Mis ojos traspasan las nubes
el viento lastima.

Soñé certezas,
manadas azules,
canciones de cuna,
un fuego imponente.
Calor en mis manos
y el pan y la mesa.

En el reflejo del agua,
la noche se acerca
pero sigue el silencio.

En el arroyo
el agua fluyendo
la eternidad

Quien puede imaginar
la furia del viento
cuando la calma de abril
acuna la tarde.

O que la noche
pueda traer malas nuevas
desde el extremo de la oscuridad,
a pesar de las luciérnagas
y el olor de los espinillos.

04 agosto 2011

Historias pequeñas,
cotidianas,
tapizan las paredes,
como una piel suave,
apenas interrumpida
por destellos fugaces
de traiciones notables
o amores encontrados.

La música se instala
en los rincones del silencio,
mientras la quietud cae,
lenta,
sobre la última colilla
aplastada en el borde
de un cenicero abollado.