Quien puede imaginar
la furia del viento
cuando la calma de abril
acuna la tarde.
O que la noche
pueda traer malas nuevas
desde el extremo de la oscuridad,
a pesar de las luciérnagas
y el olor de los espinillos.
El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)
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