Anochece.
Entre la bruma sin tiempo de tardes interminables, aparece a veces, como un fulgor, un relámpago antes del trueno o un camino perdido, la visión repetida de los días de mi infancia.
Tardes grises, plomizas, de felicidad ignorada, calmas y repetidas entre la mansedumbre de los caballos y el veloz silbido de las perdices.
Los sauces, plañideros, rodeando la laguna detrás del cementerio, casi abandonado ahora, según me han contado, a causa de una población que ya no alcanza para proveer de muertos, por falta de vivos que sean capaces de desafiar la intemperie bajo el alero de los ranchos, flacos y tristes de estar tan lejos.
Adormecido, sueño un último cortejo negro, coches alados arrastrados hacia una luna llena oculta tras de la tormenta.
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