Es febrero y el frío se hace intenso al caer la tarde.
Como desde hace siglos, la familia se ha reunido para despedir el año y recibir juntos el que llega. Los niños mas pequeños se han dormido; mientras, los ancianos hablan suavemente, entre sonrisas y nostalgia, de otras celebraciones, cuando eran distintas las ansias y las penas.
Por momentos, la nieve parece a punto de interrumpir la posibilidad de cumplir con el rito preferido de todos, ese que esperan pacientemente entre murmullos: cuando la medianoche llega, pequeños barquitos iluminados son colocados en el borde del Lago del Dragón Celeste, para que el viento se los lleve, junto con los mensajes prolijamente dibujados en leves papeles de arroz...
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