Historias pequeñas,
cotidianas,
tapizan las paredes,
como una piel suave,
apenas interrumpida
por destellos fugaces
de traiciones notables
o amores encontrados.
La música se instala
en los rincones del silencio,
mientras la quietud cae,
lenta,
sobre la última colilla
aplastada en el borde
de un cenicero abollado.
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