La resonancia de los suplicios

El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)

Nombre: blanconegro
Ubicación: Argentina

12 julio 2009

Tal vez sea septiembre el momento preciso para dejar de andar soñando proyectos vanos, de esos que nunca llegan a concretarse.
Hace tanto tiempo que recorro este campo y sigo pensando en el día en que sea mío. Pero nunca me alcanza para comprarlo, siempre se atraviesa algún parejero prometedor, y todo vuelve al comienzo: el campo sigue siendo ajeno.
Cuando éramos chicos, Ismael y yo pasábamos días y días, larguísimos en verano, fríos y ventosos en agosto, horas y horas caminábamos buscando liebres recién paridas, cuevas de peludos, la vizcachera del Bajo y el premio mayor. Un nido de perdiz, lleno de huevitos marrones como chocolate. Él siempre fue tan callado, pero sabía más que yo, era el que encontraba los rastros y el que sentía los sonidos más leves.
Cuando hubo que elegir quién trabaje el campo y quién estudie, él no se animó a ir al pueblo, no quiso cambiar el horizonte de sus días ni las estrellas de sus noches.
Ahora, nos estamos poniendo viejos los dos, y mis esperanzas están tan lejos como antes. Cada vez se me hace más difícil hablar con él. Pero soy yo quien calla, cómo le voy a decir que todo su trabajo ha ido a perderse en las patas de un caballo que no supo llegar primero.
Y él, solo en su rancho, para qué quiere esa plata que no sabría en qué gastar, para qué más ovejas si ya tiene suficientes.
Una noche de estas, apenas oscurezca, iré a verlo y le hablaré. Por las dudas, llevaré mi puñal.
Nunca se sabe cómo puede reaccionar un silencioso si llega a enojarse.

Vade retro
No entiendo el porqué del reproche la cara de espanto que imagino por tu voz desorbitada entraste de repente no te he llamado en ningún momento pero siempre encontrás la ocasión de invadirme ocupar este lugar que es mi territorio como si fuese tuyo predicando por todos los sitios en los que te gusta pavonearte que la libertad que lo intelectual que la belleza por sobre todas las cosas el arte todo lo justifica y tantas palabras que gastás cuando te encontrás con los que creés valiosos pero sólo temés porque los creés superiores no lo son en realidad son tan mediocres como vos como puede llegar a ser cualquiera pero te creés con derecho a obligarme a seguir tus reglas decís que para eso sos mi madre pero no soy tu propiedad ya hace tiempo que crecí aunque te cueste verlo y te niegues a aceptarlo me espiás me perseguís me invadís pero no importa que me veas o me alcances no me sorprende nada de vos ni del mundo que te rodea sólo vivo para mi mundo ese que con tanto trabajo estoy creando y que te dejará afuera lejos donde yo quiera que te quedés para que no me hagas lo de siempre no acepto tus reglas las siento tontas extrañas predecibles una suma de lugares comunes en los que no quepo por suerte nunca pudiste atar mi imaginación es lo único que no lograste quitarme ella me hizo lo que soy ella te deja fuera nunca podrás entrar a mi mundo aunque quieras aunque me obligues me maltrates me encierres ya no hay modo de que puedas entrar.

Tadeo


Sólo alguna tarde de verano, cuando las nubes negras se apareen entre el viento y los relámpagos, los dioses le permitirán a Tadeo volver a su aldea un instante.

Mientras se aproxima ese momento, recuerda su vida pasada, cuando aún era un hombre, pero eso lo estremece.

Añora el sol en su piel, el placer de la belleza, le satisfacción de reír y la magia de los licores secretos que supo disfrutar.

Pero teme a los hombres, se sabe traidor de la humanidad.

En este tiempo sin noches ni días ha imaginado tantas cosas, pero todas hablan de horror, de castigo y miserias que él ha causado.Presiente que sólo lo espera el odio, el rechazo, la aversión.

Sí, permitirle el regreso no es para él la redención, sólo añade castigo al que debe sufrir por la eternidad.

Sólo los dioses pueden alcanzar la perfección de la crueldad.


11 julio 2009

Sofía

¿Por qué la monja Teresa me hace guardar medias ahora, si las chicas están en el patio jugando?
Seguro la Peti y la Zulli están riéndose de mí, a ellas nunca las mandan a trabajar o a lavar los platos, y eso que se portan peor que yo.
Para colmo, hoy me parece que la monja está más loca que ayer, la deben haber retado a ella por algo, o se quedó dormida y llegó tarde al rosario, a la Super no le gusta que lleguen después que ella empezó, dice que la confunden y se olvida si va por el noveno avemaría o tiene que empezar el gloria.
También, tantos rosarios que rezan, capaz que alguna vez se equivocan y rezan de más. Pero eso no debería importarles mucho, si están acá es que les gusta rezar.
Pero cada vez que la Tere se enoja, la que la liga soy yo, ella no me quiere, debe ser que ya estoy más alta que ella, y le molesta tener que mirar para arriba cuando me reta.
Y hay tantas medias en esta caja, parece que hace semanas que las monjas no las guardan. Hoy voy a ordenarlas bien, pero si otra vez la Tere me pone en penitencia sin motivo, voy a armar los pares con las medias cambiadas: una cortita de la Tere y una estirada de la Antonia; una nueva de la Hermana Helena y una desteñida de la Isa; una de invierno de la Super con una de la Tere.
Sí, ya sé lo que haré la próxima. Se va a arrepentir la Tere de mandonearme porque sí. Por más medias que me dé, yo ya soy más alta que ella, y sigo creciendo.

Teresa

Oye tú, a ver si te apuras con esas medias y dejas de mirar para todos lados, con esa cara de mosca muerta que no te sienta.
Estás todo el tiempo fastidiando y dándole a la lata, te crees que no me doy cuenta que os reís de mí, que siempre estáis hablando a mis espaldas, que os burlais de todo lo que hago, tú y tus compinches. Sé que fuiste tú la que organizó todo el jolgorio anoche en el pensionado, estuve oyendo que hablabais y reiáis después de apagadas las luces.
Pobre niña, te crees muy inteligente mientras estás aquí, pero quisiera verte si hubieras sido niña allá en mi pueblo, que en España a los que son como tú los doman de pequeños, nada de llantos ni remolonerías, a levantarte temprano, trabajar y obedecer a los mayores sin chistar, qué tanta bobería con los derechos del niño.
No, niña, estás muy confundida, tienes suerte de que acá esté yo para hacerte saber cuál es tu lugar, para que aprendas y sepas ser lo que seguramente serás: una buena sirvienta en la casa de una familia respetable y católica, de esas familias en serio y no como la tuya, que te dejó acá y a poco se olvidó de ti y de tu miserable vida.

Amanda

Mi queridísima Sofía, te escribo estas pocas líneas que tal vez nunca lleguen a tus manos, pero necesito sentir que puedo hablar con vos, aunque sea un ratito. Imagino que estarás hermosa como siempre, espero que aún me recuerdes y que sepas perdonarme por haberte dejado en ese Hogar. Pero son circunstancias que no elegí, la vida muchas veces es cruel y los adultos no somos invencibles ni perfectos, algunas veces nos rendimos y otras tantas nos equivocamos.
Hubiese querido volver pronto a buscarte, pero cada día tengo menos fuerzas para empezar de nuevo. Por las noches me prometo hacerlo, y por las mañanas vuelvo a perderme.
Te extraño tanto, mi muñequita de ojos oscuros, espero que volvamos a estar juntas un día, antes de que la tarde se vuelva noche definitiva para mí.
Mamá

10 julio 2009

Irene se estremeció al recibir en su rostro el aire frío y húmedo de la noche. Hacía tiempo que ella no salía de la casa, creo que se sintió un poco abrumada por los espacios que se abrían calle abajo.
Los árboles tamizaban la luz de las luminarias amarillas, dibujando exóticas figuras en las paredes de las casas, dando una sensación como de oleaje sobre los adoquines.
Nos miramos un instante. Había llegado el momento para el que nos estuvimos preparando desde que cerramos la primera puerta.
Irene sollozó apenas, la abracé fuerte, y empezamos a caminar hacia la avenida.
Traté de seguir como si estuviese tranquilo, pero me parece que ella no me creyó, me conoce tan bien que es difícil engañarla. sin embargo, hizo como si no se diese cuenta de mi temor, quizá para tranquilizarse ella.
Lamento haber dejado mi chaqueta, le dije a Irene, y le pregunté si sentía demasiado frío.
No, estoy bien, el chal es abrigado, elegiste bien esta lana.
La calle estaba cada vez más desierta y el viento se hacía fuerte, pegándonos la ropa al cuerpo y haciéndonos entrecerrar los ojos.
Seguíamos caminando, Irene a veces suspiraba un poco o me pedía que acortara mis pasos. Yo lo hacía por un momento, luego la abrazaba y le daba ánimos, contándole alguna historia del tiempo en que éramos niños felices, allá en el campo.
Atravesamos la plaza Las Heras, desierta y callada, cuando eran casi las tres. Mientras pasábamos frente a la Iglesia del Sagrado Sacramento, sonaron las campanas, cansadas y envejecidas casi tanto como nosotros.
Al llegar a la Avenida, pudimos ver que pasaban algunos taxis,pero iban ocupados. Esperamos un rato, hasta que pudimos detener uno.
Subimos, nos miramos a los ojos, nos estremecimos un poco.
Irene sólo dijo: "A la Recoleta, por favor".
Suspiramos suavemente. Allá nos esperaba la bóveda de la familia, sus puertas abiertas.
Nadie podría alejarnos de allí. El círculo se había cerrado.

(Perdón, Julio Cortázar por inventar otro final para Casa tomada)

Me busco en mi mirada de antes con mis ojos casi ciegos.
Es un viaje extraño, inesperado. Esa luz pálida de abril acariciando los bordes de la casa, los árboles despojados de verdes, el viento calmo.
Era domingo, íbamos de paseo con Lucía y Juan, que empezaba a andar solo en ese caballo manso.
El atado de fotos se va deshaciendo entre mis manos, cada imagen traza un puente entre aquel momento y hoy. Una a una van construyendo un camino que atraviesa mi vida, como si quisiera abrazarla.
Todas recuerdan momentos de felicidad: nacimientos, fiestas, cumpleaños, bautismos, como si se quisiera borrar lo triste, difícil o enojoso.
Puedo sentir muchas presencias cristalizadas en estos papeles viejos.
Quedaré entre ellos, persistiré como una sombra, cuando ya no esté.

Mientras el sol lo acaricia con suavidad, Iriel construye los días por llegar. Las puertas cerradas no impiden sus viajes.
De a poco, parsimoniosamente, coloca cada detalle, cada sueño o recuerdo, en su lugar correcto.
Vuelve a ser niño, regresa de la escuela.
Se le dibuja una sonrisa en los ojos al mirar a su perro corriendo hacia él.
El jardín aparece lleno de colores, aromas y zumbidos.
El caminito de piedras hasta la casa, el rastro de los vientos y lluvias en las tejas, los bordes oscuros de los postigos verdes.
Al fondo, el nogal reina sobre los demás árboles, tranquilo y protector, ofreciendo frutos celosamente guardados en cáscaras arrugadas.
Un golpe fuerte y una voz lo despierta sorprendido, le ordena que trague algo.
Como todos los días, Iriel obedece. Luego, se dirige lento hacia la cama blanca, a dormir sus sueños sin luz.