Entre las ruinas de la ciudad rota, asoma su mirada un niño. Ojos negros, cara sucia, busca su casa, su escuela, el mercado. No los encuentra, sólo escombros y polvo. En lo alto, el sol atraviesa el cielo, como todos los días, indiferente a lo que sucede más allá de él. El viento levanta pequeñas nubes, forma remolinos que esparcen olor a pólvora y humo.
Pasan las horas, aparecen otras personas. Animales asustados aúllan por momentos. A lo lejos, algunas explosiones, disparos aislados, el eco de una sirena, el motor de un vehículo que intenta circular entre los escombros.
El niño camina, ya no está solo, lo acompaña un perro viejo. En los árboles desgajados no hay pájaros, ellos pudieron escapar.
Por la noche, niño y perro duermen abrazados. En sus sueños, reencuentran su paisaje, los verdes, las voces, el sol, las risas. Todo es territorio conocido.
Una sonrisa en el rostro del niño, un leve temblor estremeciendo el cuerpo cansado del perro.
Pasan las horas, aparecen otras personas. Animales asustados aúllan por momentos. A lo lejos, algunas explosiones, disparos aislados, el eco de una sirena, el motor de un vehículo que intenta circular entre los escombros.
El niño camina, ya no está solo, lo acompaña un perro viejo. En los árboles desgajados no hay pájaros, ellos pudieron escapar.
Por la noche, niño y perro duermen abrazados. En sus sueños, reencuentran su paisaje, los verdes, las voces, el sol, las risas. Todo es territorio conocido.
Una sonrisa en el rostro del niño, un leve temblor estremeciendo el cuerpo cansado del perro.
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