Azules alas de tul, relucientes lagartijas surcando las arenas de un desierto candente. Alas azules de sueño cobijando crías de un pájaro azul, que huye raudo de las fauces de un dragón milenario de alas naranjas. Naranjas de fuego colgando de las ramas torcidas y negras de un ciprés nacido en el naranja fuego de un infierno rojo con rojas serpientes agitando ese fuego. Aúllan feroces lobos de ojos amarillos queriendo atrapar a viajeros perdidos en días de furia encerrados en laberintos sin minotauros salidas selladas para quien no tiene alas de cormorán ávido de océanos poblados de monstruos bullendo en el fondo atravesado de algas como medusas viscosas, con alas azules que tratan de alcanzar una nube que atraviesa el cielo trazado de relámpagos que brillan como ojos de cacatúas blancas al salir el sol, abriendo sus alas blancas chillando furiosas, queriendo destruir los ojos impúdicos que vieron el alma de un demonio al atardecer de un día de tormenta entre las alas azules de un zorzal ciego que anidó entre las ramas de un tamarindo rosado, que cubre el desierto en que vagan lagartijas relucientes tornasoladas.
La resonancia de los suplicios
El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)
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