Al lado unos lirios, que aún no florecen. Se los ve tristes, con las hojas caídas, mirando hacia sus rizomas que, hartos de estar debajo de la tierra, han asomado para ver qué es eso que llaman sol. Y se los ve, como gusanos gordos entrecruzados con las gramillas que insisten en invadirlo todo, a pesar de los conejos de orejas lilas que se alimentan de ella.
Las marimonias, cálidas y amarillas, esperan la hora del té. El jardinero, a quien ellas y todos los habitantes de aquí creen un ángel, les ha prometido un rato de sol adicional si no molestan a las abejas que vienen a libarlas. Ellas lo prometieron y cumplirán gustosas, gozan casi más de lo debido cuando las abejas se posan en su centro negro y las acarician con sus patitas, mientras les hablan suave al oído. Pero nunca se llevaron bien con esos bichitos de cascarón brillante que a veces las invaden, no soportan su dureza ni la arrogancia con que se instalan entre sus pétalos.
Más tarde, una lluvia finita cubre todo de un silencio apenas azul, interrumpido sólo por un leve murmullo de alas que se mueven, buscando refugio allá lejos, en lo profundo y oscuro de los robles que crecen en el valle.
Las marimonias, cálidas y amarillas, esperan la hora del té. El jardinero, a quien ellas y todos los habitantes de aquí creen un ángel, les ha prometido un rato de sol adicional si no molestan a las abejas que vienen a libarlas. Ellas lo prometieron y cumplirán gustosas, gozan casi más de lo debido cuando las abejas se posan en su centro negro y las acarician con sus patitas, mientras les hablan suave al oído. Pero nunca se llevaron bien con esos bichitos de cascarón brillante que a veces las invaden, no soportan su dureza ni la arrogancia con que se instalan entre sus pétalos.
Más tarde, una lluvia finita cubre todo de un silencio apenas azul, interrumpido sólo por un leve murmullo de alas que se mueven, buscando refugio allá lejos, en lo profundo y oscuro de los robles que crecen en el valle.
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