El Flaco
Anoche volví a soñar con el monte. Aparecían claros y fuertes aquellos olores, polvo, pasto y azufre entremezclados, explosiones y huídas de pájaros. Y el miedo.
Sí, como siempre, como entonces: el miedo. Ese temblor que empieza apenas como un aguijoneo en las yemas de los dedos, para subir lentamente por las manos, alcanzando de golpe el pecho, para estrujarlo con fuerza, tan fuerte que de pronto parecen estallar los ojos y la frente, mientras el aire se niega a entrar en la garganta.
El miedo. Mi miedo a la muerte y a la traición.
Ahora sé que fue desmedido, que me superó y anuló mucho de mí, me impidió entregarme totalmente, sin reservas, en aquel momento tan lejano que parece haberle sucedido a otro.
Pero entonces la muerte estaba cerca y la traición era tan peligrosa que costaba creer en quien tenía a mi lado, compartiendo la responsabilidad de usar esa ametralladora que había costado la vida de muchos de los nuestros. Quizá eso fue demasiado para mí y mis pocos años.
Al Flaco lo conocí a través de historias escuchadas en noches de monte y huidas, era una leyenda para todos, pero su parquedad me inmovilizaba. Y ante la duda, ante sus silencios, mi inquietud y mis fantasmas hacían el resto.
He pensado incansablemente en él y en ese momento desde entonces, no dejaré de hacerlo hasta que me llegue la muerte, esa a la que tanto temí y que ahora tarda en venir a buscarme.
O quizá sea mi muerte la que se llevó al Flaco aquel día, cuando su cuerpo se interpuso entre ella y yo.
Anoche volví a soñar con el monte. Aparecían claros y fuertes aquellos olores, polvo, pasto y azufre entremezclados, explosiones y huídas de pájaros. Y el miedo.
Sí, como siempre, como entonces: el miedo. Ese temblor que empieza apenas como un aguijoneo en las yemas de los dedos, para subir lentamente por las manos, alcanzando de golpe el pecho, para estrujarlo con fuerza, tan fuerte que de pronto parecen estallar los ojos y la frente, mientras el aire se niega a entrar en la garganta.
El miedo. Mi miedo a la muerte y a la traición.
Ahora sé que fue desmedido, que me superó y anuló mucho de mí, me impidió entregarme totalmente, sin reservas, en aquel momento tan lejano que parece haberle sucedido a otro.
Pero entonces la muerte estaba cerca y la traición era tan peligrosa que costaba creer en quien tenía a mi lado, compartiendo la responsabilidad de usar esa ametralladora que había costado la vida de muchos de los nuestros. Quizá eso fue demasiado para mí y mis pocos años.
Al Flaco lo conocí a través de historias escuchadas en noches de monte y huidas, era una leyenda para todos, pero su parquedad me inmovilizaba. Y ante la duda, ante sus silencios, mi inquietud y mis fantasmas hacían el resto.
He pensado incansablemente en él y en ese momento desde entonces, no dejaré de hacerlo hasta que me llegue la muerte, esa a la que tanto temí y que ahora tarda en venir a buscarme.
O quizá sea mi muerte la que se llevó al Flaco aquel día, cuando su cuerpo se interpuso entre ella y yo.
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