La resonancia de los suplicios

El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)

Nombre: blanconegro
Ubicación: Argentina

05 septiembre 2009

Último acto

Me gustas cuando callas...
P. Neruda



Las reinas tienen tronos, las santas prefieren altares.
Para vos, Eloísa, quizá el Universo sea bastante.
La vida y sus circunstancias nos llevan, algunas veces, a situaciones en las que es imposible equivocarse.

No por ser infalibles, sino porque hemos llegado a un punto en el que no hay opción, el camino es uno solo.
Fue uno solo cuando te encontré. Definitivamente, la morgue no es buen lugar para vos. Tu lugar es el centro de mi living, en esta casa que ha sido un desierto asolado por la nada hasta que llegaste.

Ahora, mi muy querida Eloísa, después de tantas horas mirándote, amándote con todas las fuerzas de mi vida (perdón por la expresión, no estoy trazando una línea divisoria entre nosotros, jamás podría hacer algo así, menos tratándose de vos), las cosas parecen ordenarse.
He querido, en vano casi siempre, encontrar el sentido, el conocimiento, la razón en mi vida.
Palabras que encierran sólo inseguridad en tantos que anhelan ser reconocidos por el mundo a través de hechos que ellos consideran trascendentales y que son sólo el resultado de ponerle palabras a lo que la naturaleza viene haciendo desde tiempos inmemoriales. He estado siempre rodeado de personas que se llenan la boca con palabras que creen importantes, pero que sólo son sinónimos rebuscados para nombrar lo cotidiano, seres minúsculos incapaces de sentir algo por una persona distinta a ellos. Que se admiran, que se veneran, pero no logran ocultarse a sí mismos la profunda miseria de sus existencias.
Querida Eloísa, puedo decir esto con toda mi convicción, porque fui uno de ellos hasta que llegaste a mí; desde entonces, las horas y los días tienen otra luz, la que irradia tu cabellera dorada.
El silencio de mi casa muere (perdón nuevamente, no pretendo distanciarme) ante el silencio de tus labios, tan bellos y quietos.
Mis noches ya no son iguales, mi noción del tiempo se ha trastocado, sólo puedo girar locamente alrededor tuyo, intentando encontrar el mejor ángulo para admirarte.

Ha llegado el momento. Quitaré definitivamente el único obstáculo que nos separa para ser iguales por toda la eternidad. Este puñal me ayudará, sé perfectamente dónde hundirlo para que ya nada se interponga entre nosotros.