La resonancia de los suplicios

El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)

Nombre: blanconegro
Ubicación: Argentina

05 septiembre 2009

Primas
Quién sabe cuántos años han pasado desde la última vez que se vieron.
Sin embargo, los lazos profundos, los de sangre y los de afinidad, permiten que la charla fluya plácida entre mate y mate.
Y son anécdotas que van entremezclando infancias propias con achaques comunes y nietos que no cesan de llegar.
Una, que nuevamente ha quedado sola, bromea acerca de la circunstancia, diciendo que los hombres temen acercarse a ella. Pasan de allí, sonrisa pronta y a veces lágrima fácil, a la casa de la abuela común.
La Nona, la que las hacía rezar el Ángelus matutino y vespertino, y los rosarios de quince misterios.
La Nona, con su ropa negra y su corazón generoso, brindando parte de su escasa sopa a los que eran aún más pobres que ella.
Y la nostalgia agridulce de la vida en el campo: la felicidad de tener toda la vida por delante, mezclada con los fríos de aquellos inviernos con tan poco abrigo. Las madres, pariendo en sus casa cuantos hijos les fuese dado tener. Solas, los maridos cuidando alguna vaca o cosechando el maíz.
La memoria fluida, va intercalando hermanos y primos con algún suceso que marca la clave de la fecha de nacimiento: el hermano menor, que nació en la nevada del '54; el primer casamiento, el día que Raquel cumplía 7 años, mezclado con alguna discrepancia acerca de una edad: no, Carlos nació antes del '40, en Noviembre, el día que el viento voló el techo de la escuela.
Suspira Lidia recordando su llegada al Colegio de las monjas, era tan distinta la vida allí, entre desconocidas y costumbres extrañas. Teresa asiente, con una sombra de tristeza, sí, habrá sido complicado adaptarse, pero todavía sufro por no haber tenido esa oportunidad.
El sol atraviesa el blanco de una cortina con puntillas de crochet y llega a acariciar una planta de hojas grandes en forma de corazón.
Desde la repisa, sonríen retratos de niños y adultos, casi todos vestidos de fiesta. Las primas las van mirando, se detienen en uno, una historia lo hace protagonista al pequeño de rulos y pantalón debajo de la rodilla.
Desde el horno se filtra un olor a vainilla, aparece ahí la sonrisa de la tía Matilde, nunca una torta podrá repetir el sabor de las suyas.
No, dice Lidia, no era el sabor, ella me enseñó a hacerla, te aseguro que la receta que preparo es la misma, somos nosotros los que cambiamos.
Tal vez sea así, a mí nunca me salieron iguales los dedalitos con tomates y ajos que preparaba mamá, dice Teresa.
La tarde se va lenta, el mate se ha enfriado.
Los recuerdos las abrigan y envuelven como cálidos edredones cuando se despiden, un beso en cada mejilla.
Ellas, jamás estarán solas.