Este verano cambió el sonido del arroyo. Tal vez sea que la sequía le quitó música o que los años le han restado agudeza a mis oídos. Pero aún así, atenuado, su murmullo me sigue acompañando, como hace cincuenta años, como siempre lo hizo.
El monte cambió, los pinos ahoradibujan figuras sobre los cerros. Llegaron amigos que ahora ya no están; los tiempos felices y los otros fueron desplazándose, a veces paulatinamente, otras a los golpes.
Creo haber vencido, o al menos haber contribuido a la victoria, sobre las correntadas salvajes que arrasaban caminos y campos. Ahora hay pavimento donde hubo huellas, soja donde se sembraba lino. Las vacas criollas sólo persisten en los campos altos, salvajes y ariscas como el viento, desafiantes a los embates de la genética. Qué quieren cambiarle al ganado de los cerros, si de eso se encarga la naturaleza desde hace siglos. Ni habrán imaginado sus antepasados de los valles de Andalucía que su descendencia procrearía entre piedras grises y espinillos.
Tampoco hubiesen imaginado los oficiales del ejército español que los tataranietos de sus tataranietos serían peones en los camposque les pertenecieron.
A veces creo que el seguir viviendo, quedándome cada vez más solo, es parte de mi Purgatorio. Por lo que hice pero más que nada por lo que dejé de hacer, por haber sido tan terco, tan intolerante con mi propia sangre, con quien era el portador de mi apellido, la continuidad de la familia.
Él ya no está, aunque algunas tardes me parece escuchar su risotada, su guitarra, el ruido de su moto al pasar la subida del arroyo.
Pero me doy cuenta que sólo es una alucinación, un momento breve de esperanza, que muere con el estampido seco del fusil que él eligió para morir. Y después, sólo el silencio y las lágrimas que aún se niegan a salir.
El monte cambió, los pinos ahoradibujan figuras sobre los cerros. Llegaron amigos que ahora ya no están; los tiempos felices y los otros fueron desplazándose, a veces paulatinamente, otras a los golpes.
Creo haber vencido, o al menos haber contribuido a la victoria, sobre las correntadas salvajes que arrasaban caminos y campos. Ahora hay pavimento donde hubo huellas, soja donde se sembraba lino. Las vacas criollas sólo persisten en los campos altos, salvajes y ariscas como el viento, desafiantes a los embates de la genética. Qué quieren cambiarle al ganado de los cerros, si de eso se encarga la naturaleza desde hace siglos. Ni habrán imaginado sus antepasados de los valles de Andalucía que su descendencia procrearía entre piedras grises y espinillos.
Tampoco hubiesen imaginado los oficiales del ejército español que los tataranietos de sus tataranietos serían peones en los camposque les pertenecieron.
A veces creo que el seguir viviendo, quedándome cada vez más solo, es parte de mi Purgatorio. Por lo que hice pero más que nada por lo que dejé de hacer, por haber sido tan terco, tan intolerante con mi propia sangre, con quien era el portador de mi apellido, la continuidad de la familia.
Él ya no está, aunque algunas tardes me parece escuchar su risotada, su guitarra, el ruido de su moto al pasar la subida del arroyo.
Pero me doy cuenta que sólo es una alucinación, un momento breve de esperanza, que muere con el estampido seco del fusil que él eligió para morir. Y después, sólo el silencio y las lágrimas que aún se niegan a salir.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home