Torta galesa
El olor suave y apenas ácido de la levadura siempre ha actuado sobre su imaginación como un disparador, desde la primera vez que supo algo acerca de esos pequeños seres vivientes que la naturaleza brindó al mundo para adicionarle placeres. La magia que transforma a un simple jugo en un buen vino, le da ojos a los quesos, burbujas a la cerveza o esponjosidad al pan.
Pero este sábado de octubre, ella prefiere dejar de lado sus famosas medialunas de manteca para incorporar al ritual una torta, de esas cuyas recetas encierran secretos y tradiciones familiares.
La cocina recibe la luz de la siesta con los brazos abiertos y sobre la mesa se van acumulando ingredientes y utensilios: harina, azúcar, huevos, leche, nueces, bowls, moldes, cucharas.
Sobre la cocina, el caramelo va tomando el punto exacto, mientras desde la radio, una locutora de voz un tanto grave para esa hora, anuncia las ventajas incomparables que le concede a la vida de los ancianos el ser clientes del Banco Independencia. El mismo banco que en el 89 se quedó con los ahorros de ellos, piensa con cierto fastidio.
Ya está, es este color o quedará amargo. Lentamente, agrega el agua humeante sobre el espejo de azúcar; al hacerlo, parpadea y huele el vapor que sube como una nube fragante, entre chirridos cada vez más débiles, hasta que retorna el silencio.
Al caldo oscuro se desliza la manteca, que poco apoco va transformándose en líquido. Sonríe por dentro, imagina que ha hecho una obra de bien, la manteca ha sido liberada de su envoltura rígida de papel de aluminio, reemplazando el frío por una sensación de libertad, tibia y dulce.
¿Pensará la manteca?, se pregunta mientras recuerda que su mantel blanco sufrió el ataque de un vaso de vino tinto el domingo al mediodía. A pesar de tantos blanqueadores que se pasean por los anuncios, haciendo compañía a famosos y desafiando a desconocidos, en ayuda del regreso de los blancos, el mantel ahora luce detalles azulados.
Tal vez debiera inventarse una nueva técnica de teñido, como un batik a partir de vinos. Hay muchos tonos para experimentar y amigos dispuestos a colaborar. No por artistas, por borrachos.
Borrachas perdidas estarán las pasas de uvas, nadando desde anoche en coñac.
Ahora hay una música detestable sonando en la radio. La soporta hasta que termina la canción y aparece el conductor del programa opinando acerca de la marihuana. Podría cocinar brownies para la próxima reunión, piensa. La posición del editorialista es políticamente correcta, demasiado para su gusto. La música es mala, la locutora algo tonta y el periodista casi fascista, es necesario un cambio para evitar que la torta se malogre. Sí, Johanna Newsom será buena compañía.
¿Tazas blancas o tazas azules? Elige las azules, siempre le ha gustado ese color. El de los nomeolvides que había en el jardín del campo. Siempre había nomeolvides floreciendo en octubre. La abuela le decía que para conmemorar el día de la madre. ¿Sería cierto? Probablemente sí, la abuela no solía mentir.
Las nueces se resisten un momento y luego se entregan, no es fácil vencer a un martillo bien empuñado; la voz que acompaña al arpa es levemente irreal, qué extraña esa joven que usa un instrumento tan poco común para acompañarse.
El caramelo ya está frío, cubierto por la manteca aún líquida: definitivamente le gusta estar así, descontracturada. Las frutas abrillantadas se sumergen allí con suavidad, sin estridencias, hasta que llegan las pasas a alegrar la mezcla.
Harina, huevos, nueces, especias, se incorporan lentamente; a cada vuelta del batidor se le opone una pequeña resistencia, los cambios son difíciles de aceptar para todos, eso parece.
Un ramo de fresias amarillas hace llegar su perfume dulzón, cubriendo por momentos a la vainilla. Cuán breve hubiera sido la historia de los aromas en la repostería de no haber existido esas pequeñas botellitas, infaltables en las cocinas desde hace años.
La mezcla es espesa, densa, oscura y fragante; la acomoda suavemente en el molde y la lleva al horno, donde el calor se encargará del resto. Qué pasará con la manteca, le duró poco la felicidad de ser líquida.
Cierra la puerta del horno con cuidado, a veces se apaga, incluso se ha negado a cocinar unas pizzas, los invitados lo tomaron con calma, pero con esta torta las cosas son distintas. Ni se te ocurra apagarte, he puesto mucho esmero, le advierte con dureza.
Ordena la mesada, trae el mantel y la vajilla. Empieza a percibirse un tenue olor invadiendo el ambiente.
La situación se encuentra bajo control.