La resonancia de los suplicios

El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)

Nombre: blanconegro
Ubicación: Argentina

30 octubre 2008

Tel Aviv, Enero del '91

La casa parece ser a cada momento más estrecha. Las ventanas han sido prolijamente cegadas. Frazadas gruesas cuelgan a modo de cortinas, para evitar que los vidrios provoquen heridas cuando estallen. Los bordes de las puertas y ventanas fueron sellados prolijamente con varias vueltas de cinta para embalar.
Rehenes de una guerra que no buscaron, se abrazan y sueñan; por momentos, tratan de hablar de cosas que los alejen de ese lugar: el sol, ese sol que ahora brillará con toda su fuerza sobre la casa que dejaron, y que acá se les niega.
Ella piensa en el viento de las tardes de Mayo, y su mirada se va hacia la máscara que deberá usar si suena la sirena dos veces, silencio, dos veces, silencio, dos veces, que anunciará que llegan las armas químicas.
¿Podrá usarla? ¿Será efectiva? ¿Cómo soportará el encierro, la falta de aire, el olor del filtro?
Se estremece, es tan extraño que la química la aterrorice. Cruel paradoja, este viaje para trabajar al lado de uno de los últimos dinosaurios de la síntesis orgánica; un sueño que pareció imposible durante tanto tiempo, y de pronto está acá, encerrada en una casa tan pequeña y el riesgo que crece.
Pasan las horas, la señal indica que pueden salir, las bombas no llegarán aún.
Es medianoche. Lentamente, abren la puerta y se asoman a la calle, que está desierta.
Respiran con alivio el aire frío, mientras miran con añoranza el cielo despejado, buscando encontrar algo de calma, quizá alguna explicación o una razón para resistir, lejos, en esa guerra tan ajena.
Él la abraza, vuelven a entrar.
En su cuna, el bebé duerme tranquilo.

Uriel
Arquitecto certero de mundos azules, Uriel traza su universo de planetas rojos y cielos cerrados, donde despiertan mañanas luminosas, extendidas entre horizontes perfectos.
Quienes los habitan, podrían creer que son felices. Los sueños se ven por todas partes, ofreciéndose como golosinas al alcance de la mano, del ojo o del corazón.
A veces, bandadas de gorriones dorados oscurecen el aire con sus gritos, provocando sonrisas de piedad en los dueños de los innumerables gatos que maúllan hambrientos.
Al atardecer, Uriel hace el inventario: analiza cada porción de su cielo, para descubrir si se ha agregado o falta una luna o estrella; si los cometas permanecen portando sus colas estandarte. Uno a uno renombra cada planeta, cada árbol, cada persona o bestia por él creada. Llora las pérdidas con gruesas lágrimas pálidas, enormes como peras, que caen lentas de sus ojos violeta.
Sin embargo, cuando el día se alarga, casi interminable, con soles que se van relevando en la tarea de alumbrar los mundos nuevos, colorados, amarillos, esmeralda brillante o negros, él sonríe.
Sonríe con suavidad, lentamente, hasta despertar, como siempre, en su mínima celda.

Quién pudiera, en titánico ejercicio
ordenar cuidadosamente
someter a una rígida estructura
los vaivenes de la vida.
Sueños y sentimientos
ocupando centros y vértices
transformados en prolijo enrejado
que transcurre plácido
para todos los seres vivientes
más allá de ideas, razas o preferencias
simplemente transcurriendo
de extremo a extremo del mundo.

Pero sucede que la vida
se niega al encierro
hay oscuridades naciendo en la luz
capullos encerrando monstruos
cambios permanentes, energías poderosas
orientando hacia el desorden
en todas las escalas
átomos minúsculos o galaxias lejanas.

La fantasía, eterna creadora de sueños
sostiene equilibrios impensados
entre lo frágil y lo contundente
entre lo mágico y lo real,
prestando alas de gemas
al cansancio de la esperanza
al sopor del olvido.

Y, cuando llega la noche,
el espejo devuelve el deseo:
invertida la imagen,
persistentes las sombras,
atravesando lentamente sus aguas,
lentamente gozando la vida

22 octubre 2008

La vida, lenta, escapó por el perfecto círculo que construyó la bala.
Como un efecto no deseado por quien la disparó, también escaparon la alegría y la fuerza, y fueron diseminándose por el aire, al compás de la luz fría de la noche.
Por muchísimos años, se escucharon risas ondulantes, llevadas lejos por el viento.
Pequeñas vidas fueron creciendo, haciéndose fuertes, iluminando territorios poco conocidos, parajes lejanos, ciudades extrañas.
Aparecían y se quedaban, no era posible alejarlas, porque habían encontrado el modo de ser bienvenidas, irresistibles.
No faltaban los que querían apagarlas o comprarlas. Les ofrecían lujos, placeres, poder. Pretendían disfrazarlas, ponerles límites, transformarlas en domesticados elementos de iluminación.
A veces, algunas tratabillaban o se confundían un poco, pero eran rescatadas por la solidaridad, volvían a ser seducidas por la alegría.
Transcurrió mucho tiempo desde aquella noche. Una tormenta oscureció el cielo y arrasó los árboles que rodeaban el monumento erigido en honor del dios de la guerra, que cayó hecho pedazos.
Nadie quiso reconstruirlo, ya no era necesario.

(mi pequeño homenaje a las madres que salieron a buscar a sus hijos asesinados)

16 octubre 2008

MIGUEL
Caían enloquecidamente las bolsas de valores del planeta entero.
El quiebre lo provocó el descubrimiento efectuado por los pobres: ellos podían decidir.
Si podemos hacerlo, nosotros elegimos tomar lo que es nuestro.
Y las hordas se lanzaron hacia los centros de poder; miles de famélicos, rengos, ciegos, niños, a recuperar lo que nunca habían poseído.
En África, las grandes distancias no impidieron la migración, sólo alargaron las marchas.
Desde el Norte, partieron rumbo a España, Francia e Italia, aunque algunos consideraron que sería más simple llegar a Kuwait y Dubai, evitando el cruce del Mediterráneo que ya se había cobrado la vida de tantos.
Al Sur, apuntaron hacia la orgullosa Johanesburg, que los había rechazado durante años.
Como cardúmenes hambrientos, fueron sitiando las ciudades; dentro de ellas, sus pares les tendieron manos solidarias, quizá reconociendo los errores cometidos en luchas pasadas.
Extraños sistemas de comunicación, poco sofisticados pero efectivos, hacían que en cada momento todos supiesen lo que estaba pasando, aún a países de distancia o con oceános y mares por medio. De este modo, todos se sentían hermanados, sostenidos por los otros millones que avanzaban tras el mismo objetivo.
En todas las partes del mundo, los poderosos resistían el asedio.
Los centros comerciales seguían mostrándose autosuficientes, los edificios inteligentes aún regulaban apertura y cierre de todos los accesos, las luces se prendían y apagaban en los momentos indicados, la temperatura ambiente era la óptima, los monitores hacían llegar las imágenes del afuera, que ya no controlaban.
La multitud, esperaba. Pacientemente, como siempre. Sólo esperando.
Y en medio de la multitud, estaba Él. Ojos negros, piel morena, silencioso. Bautizado por su madre con el nombre del Arcángel, igual a todos pero diferente de todos.
El único que conocía el final...

15 octubre 2008

Señor periodista, Usted me hizo una pregunta, así que trataré de dar respuesta, además de agradecerle por haberla formulado.
Hace tiempo estoy tratando de explicarme quién soy, así que bienvenida sea esta solicitud de decírselo a los demás.
Si de orígenes raciales se trata, puedo asegurar que llevo una mezcla variada de sangres, aunque mi apellido me lleva a ser catalogado y nombrado como "Gallego", por esa deformación habitual en nuestro país en lo referente a la cuota de hispanidad que porto.
En lo que hace a referencia generacional, corresponde incluirme entre los nacidos en los '40. Es decir, me agarró la Revolución Libertadora en mi adolescencia, apenas dejando los pantalones cortos.
Mis estudios formales los hice en escuelas públicas; de haber sido posible, supongo que hubiese ido a una Universidad Nacional, que por mi lugar de residencia en esas épocas, habría sido la de Córdoba. Pero la necesidad de trabajar, o quizá la falta de una vocación definida, llevaron a que no surcase las aulas de la educación superior.
Cumplí tareas en diversos sitios, en comercios, servicios y oficios varios hasta que recalé en uno que logró despertar una pasión que hasta ese momento no sabía latente en mí: la fotografía.
Ocurrió a mis 25 años, al presentarme a un ofrecimiento de empleo aparecido en La Voz del Interior, un recuadrito pequeño en página par.
En esa época, no existían los laboratorios compactos que ahora están por todas partes, todas las fotos se revelaban artesanalmente.
Cuando tenía un rato libre o incluso después de mi horario de trabajo, estaba autorizado por el dueño a hacer algunas cosas menores en la sala de revelado.
Recuerdo claramente mis primeras estadas en ese lugar, una especie de santuario, un sitio de ingreso absolutamente restringido, su luz rojiza, el olor de los ácidos, las precauciones con los papeles mojados, los cronómetros.
Y allí dentro, reinando con sabiduría y experiencia, don Humberto Marchioni. De a poco, me fue dando las herramientas de lo que constituye hoy el corazón de mi trabajo.
Trabajo que amo profundamente, porque me brinda la mayoría de las cosas que aspiro poseer: los espacios abiertos, la naturaleza, las personas, las ciudades y los ríos.
La posibilidad de retener un instante, de perpetuar la fugacidad, para mí y para quienes luego lleguen a mirar mis obras; la complementación entre caminar por tantos sitios y el llegar siempre al momento de soledad frente a la cuba de revelado; este ser intermediario entre la belleza y quienes no pueden ser espectadores presenciales en el momento, son situaciones gratificantes que construyen mi mundo cotidiano.
En fin, si debo hacer una síntesis para responder a su requisitoria, diré simplemente: soy fotógrafo.

14 octubre 2008

Se decía que en aquella ciudad entre las montañas, cada día que soplaba el viento del Este, era posible concretar un sueño.
Como no se sabía cuándo llegaría el viento o quién sería el elegido, la gente pasaba los días discutiendo y apostando, cuándo soplará el viento, qué sucederá.
Transcurría entonces lo cotidiano con una cierta extrañeza, algunos perdían la noción del tiempo y deambulaban de madrugada adivinando indicios.
Los escépticos comentaban que ellos nunca se habían enterado de fuente confiable que cosa así hubiese sucedido alguna vez, y rezongaban por lo poco concentrados en el trabajo que se veía a los esperanzados.
Algunos ancianos exhortaban a la gente a hacer caso omiso de lo que contaba el mito, aunque no lograban resultados demasiado favorables, pues en aquella ciudad también se menospreciaba a los viejos, y se daba más crédito a la magia que a la sabiduría.
Los sacerdotes ofrecían misas para que no se diese lugar a los deseos de los mezquinos, sino que se priorizase aquellos de los que eran capaces de dar limosmas abundantes.
Un ministro propuso entonces iniciar una reforma educativa, consistente en influir desde el jardín maternal en la creación de un sueño único, un anhelo colectivo, en vista de que ello fortalecería su concreción. Según sus cálculos, al cabo de unos años, toda la ciudad coincidiría en ese deseo, que se cumpliría cualquiera fuese el elegido.
La propuesta, audaz, innovadora, progresista e incluso solidaria, fue aceptada por la ciudad, que vio transcurrir los siguientes 76 años en la elaboración del sueño tipo.
Lamentablemente, antes de que se lograse ese gran acuerdo, quizá por una distracción o tal vez por obra del destino, en un día claro de agosto, sin aviso previo, el viento del Este embistió con fuerza la ciudad, y fue elegido el sueño de un poeta: se abrieron todas las jaulas, brotaron todas las flores, huyeron todos los necios.
Casi en soledad, el poeta escribió su mejor obra.


Empezó a agitarse un aire arremolinado, cada vez más frío, y cesó la nevada. El camino que faltaba recorrer hasta la casa era empinado, con algunas rocas salientes que Hellen bordeaba con cuidado, tratando de que la soga que la unía a la cabra no se enredase.
Al llegar a la curva, se encontró con el bosquecito de pinos. Se veían bellos, sus ramas aún sostenían algo de nieve. Seguramente, mañana al amanecer, la luz del sol brillaría en los cristales del hielo.
Hellen sonrió apenas, la cabra la distrajo de sus recuerdos al saltar un arbusto.
Cuidado, cabra, rezongó, cuídate al caminar o caeremos las dos.
A lo lejos, divisó su casa, al abrigo del roble. Apuró su paso, la cabra pareció alegrarse e intentó correr, pero Hellen la sostuvo. Cuidado, cabra, cuidado.
Con los últimos reflejos de la luz pálida del sol tras los montes, llegaron.
Hellen llevó la cabra al cobertizo, y cerró cuidadosamente, trabando la puerta con el tronco que estaba allí desde el invierno anterior.
Luego, ya sin prisa, fue hasta la casa y entró lentamente. Cada día le parecía más pesada aquella puerta, de madera maciza y fuerte, que había construido su marido hacía tantos años.
Una vez adentro, buscó a tientas las velas y encendió la más pequeña. Avivó las brasas que quedaban en el fogón, agregó trocitos de leña y ramas secas que recogía mientras caminaba tras de sus animales. Hubo un chisporroteo breve, luego aparecieron las llamas.
Se sentó a mirarlas mientras calentaba agua en la cacerola negrísima. En el silencio, se oía el rumor del fuego y su respiración pausada.
Cortó un trozo de pan, y lo comió despacio, mientras tomaba un té oscuro y amargo. Su cuerpo cansado pedía reposo, pero su mirada no lograba separarse de las llamas. Veía allí, uno tras otro, los rostros de los seres queridos que ya no estaban con ella: sus padres, su marido, su pequeña hija, el perro negro que se había perdido en la nevada grande.
Lentamente, fue apagándose el fuego y la oscuridad se apoderó de la casa.
Los ojos de Hellen se cerraron, una sonrisa débil jugó unos instantes entre sus labios.
Afuera, el cielo se había despejado y la luna llena iluminaba pequeños montones de nieve. Ya no se sentía el viento.
Dentro del cobertizo, la cabra dormía, quieta, tal vez soñando pastos y rocas.

(a partir de La gran blancura, de John Berger)




El agua se aquieta, cálida y transparente entre los cerros.
Desaparece el silencio, mientras el calor se vuelve asfixiante.
El sol, implacable, indiferente a las cosas pequeñas. Salta la espuma al curvarse las corrientes, sorteando rocas y troncos.
Es mi infancia que vuelve, mis ojos de hoy encuentran rastros de aquellas miradas. Veo que las piedras no son tan grandes ni las hoyas tan profundas.
Tampoco espero tanto del futuro, y faltan algunos de los que fueron importantes.
El agua, persistente, ha pulido los bordes ríspidos, llevando suavidad a las asperezas, del mismo modo que el tiempo fue suavizando mi dolor.
La tarde llega a su fin, aparece la luna, se callan las voces, el rumor del agua domina el silencio.

Son días de vientos, son tiempo de humo
El atronador silencio
de la nada y el vacío
Vacío terrible, vacío invasor
Arrasando recuerdos,
dolores, risas, vida
El vacío que arrastra
El vacío que triunfa
Y la luz que no llega
y la luz que me falta
Mariposas, soles, margaritas
margaritas como soles
rodeadas de mariposas
como estrellas
como lluvia
como incendios
que arrasan y aturden
que invaden y dejan
oscuros vacíos.

01 octubre 2008

Popopys de la Costanera

De dónde vino, quién fue, porqué fue traída hasta aquí

A morirse de frío, de soledad y de mugre

Esa mujer flaquita, largos cabellos, ojos grandes

Quién la trajo y para qué

Habrá vivido en este sitio

O quizá sólo fue un mito

O puede que realmente haya existido.

De ser así es extraño que su paso

No haya sido registrado por los libros de historia

Ni la oficial ni la revisionista

Quizá una historia novelada

O una novela histórica

De esas que escriben las señoras serias

O a veces también los intelectuales aburridos

Donde hablan de los próceres

Y donde los próceres cuentan quiénes pasaron

Noches, días y ocasos, arropados entre sus sábanas blancas,

de algodón, egipcias, tejidas según técnicas milenarias

Y portadoras de conjuros afrodisíacos.

Quizá su historia esté escrita en otro idioma

O guardada en alguna biblioteca

Particular, muy privada, de acceso restringido,

Puede que esté en la sede de una logia masónica,

Aunque a los masones no parece interesarles

El destino de las mujeres.

O tal vez se escribió su historia

Y se elaboró un piloto

Se lo presentó a un grupo de críticos

Y a un grupo de gente escogida al azar

Y a un grupo de niños

Y a otro de adolescentes, y ellos coincidieron:

No nos gusta demasiado

Y los dueños del canal decidieron

No presentar el programa, por cuestiones de rating

Y esa historita se perdió.

También se me ocurre que pudo

Haber sido El Tony la fuente consultada,

una de Trillo y Altuna,

Ambientada en las pampas

Ellos han creado héroes a la medida

De lo que se espera de ellos.

Pero, en secreto, privadamente,

Se dan el lujo de crear seres

Que viven clandestinos

Y cuando crecen y hablan

Entonces son liberados y construyen su destino.

Aunque, a veces, sucede

Que son secuestrados por los necios con poder,

Para ser abandonados en paseos

Como esa mujer flaquita, largos cabellos, ojos grandes,

Que llora todos los días en el parque.

Pero, en verano ardiente, cuando falta el agua,

Ella respira profundo, se recompone

Y puede acomodarse mejor, sin lágrimas,

Peinar sus cabellos, maquillarse

Y sonreír…