MIGUEL
Caían enloquecidamente las bolsas de valores del planeta entero.
El quiebre lo provocó el descubrimiento efectuado por los pobres: ellos podían decidir.
Si podemos hacerlo, nosotros elegimos tomar lo que es nuestro.
Y las hordas se lanzaron hacia los centros de poder; miles de famélicos, rengos, ciegos, niños, a recuperar lo que nunca habían poseído.
En África, las grandes distancias no impidieron la migración, sólo alargaron las marchas.
Desde el Norte, partieron rumbo a España, Francia e Italia, aunque algunos consideraron que sería más simple llegar a Kuwait y Dubai, evitando el cruce del Mediterráneo que ya se había cobrado la vida de tantos.
Al Sur, apuntaron hacia la orgullosa Johanesburg, que los había rechazado durante años.
Como cardúmenes hambrientos, fueron sitiando las ciudades; dentro de ellas, sus pares les tendieron manos solidarias, quizá reconociendo los errores cometidos en luchas pasadas.
Extraños sistemas de comunicación, poco sofisticados pero efectivos, hacían que en cada momento todos supiesen lo que estaba pasando, aún a países de distancia o con oceános y mares por medio. De este modo, todos se sentían hermanados, sostenidos por los otros millones que avanzaban tras el mismo objetivo.
En todas las partes del mundo, los poderosos resistían el asedio.
Los centros comerciales seguían mostrándose autosuficientes, los edificios inteligentes aún regulaban apertura y cierre de todos los accesos, las luces se prendían y apagaban en los momentos indicados, la temperatura ambiente era la óptima, los monitores hacían llegar las imágenes del afuera, que ya no controlaban.
La multitud, esperaba. Pacientemente, como siempre. Sólo esperando.
Y en medio de la multitud, estaba Él. Ojos negros, piel morena, silencioso. Bautizado por su madre con el nombre del Arcángel, igual a todos pero diferente de todos.
El único que conocía el final...
Caían enloquecidamente las bolsas de valores del planeta entero.
El quiebre lo provocó el descubrimiento efectuado por los pobres: ellos podían decidir.
Si podemos hacerlo, nosotros elegimos tomar lo que es nuestro.
Y las hordas se lanzaron hacia los centros de poder; miles de famélicos, rengos, ciegos, niños, a recuperar lo que nunca habían poseído.
En África, las grandes distancias no impidieron la migración, sólo alargaron las marchas.
Desde el Norte, partieron rumbo a España, Francia e Italia, aunque algunos consideraron que sería más simple llegar a Kuwait y Dubai, evitando el cruce del Mediterráneo que ya se había cobrado la vida de tantos.
Al Sur, apuntaron hacia la orgullosa Johanesburg, que los había rechazado durante años.
Como cardúmenes hambrientos, fueron sitiando las ciudades; dentro de ellas, sus pares les tendieron manos solidarias, quizá reconociendo los errores cometidos en luchas pasadas.
Extraños sistemas de comunicación, poco sofisticados pero efectivos, hacían que en cada momento todos supiesen lo que estaba pasando, aún a países de distancia o con oceános y mares por medio. De este modo, todos se sentían hermanados, sostenidos por los otros millones que avanzaban tras el mismo objetivo.
En todas las partes del mundo, los poderosos resistían el asedio.
Los centros comerciales seguían mostrándose autosuficientes, los edificios inteligentes aún regulaban apertura y cierre de todos los accesos, las luces se prendían y apagaban en los momentos indicados, la temperatura ambiente era la óptima, los monitores hacían llegar las imágenes del afuera, que ya no controlaban.
La multitud, esperaba. Pacientemente, como siempre. Sólo esperando.
Y en medio de la multitud, estaba Él. Ojos negros, piel morena, silencioso. Bautizado por su madre con el nombre del Arcángel, igual a todos pero diferente de todos.
2 Comments:
QUIERA EL?
en realidad era quien era el?
pero estaba pensando aun en la historia y escribi cualquier cosa...
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