La resonancia de los suplicios

El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)

Nombre: blanconegro
Ubicación: Argentina

09 septiembre 2008

El tiempo fue transcurriendo lento, espeso, hasta el final del turno de Doreen.
Earl se había ido después de tomar varias cervezas, en un estado de alcohol que podría llevarlo a la tranquilidad del sueño o a la exaltación de la ausencia de control.
Ella siguió la rutina de tantos años: se cambió, guardó sus propinas, subió el cuello de su abrigo, ajustó sus guantes y bufanda, y salió a la calle.
Hacia el naciente, empezaba a distinguirse cierta claridad, mientras un aire frío y rastrero anunciaba otro día de viento.
Respiró profundo, tratando de ordenar de algún modo sus sensaciones. Aún no sabía con certeza si se sentía enojada, usada o halagada.
Al llegar a su casa, abrió lentamente la puerta, esperando encontrarlo dormido o que no hubiese llegado. Sin embargo, vio allí el abrigo de él. El televisor del cuarto estaba encendido.
-Hola, estás acá- dijo ella, con un tono que quería ser neutro, pero en el que Earl adivinó algún enojo.
-¿Dónde podría estar a esta hora?- contestó él, a la defensiva.
-No lo sé, estás tan extraño últimamente.
-¿Yo, extraño? ¿Por qué lo decís?
Ella, en tono fatigado, le respondió: ya sabés, empezaste con tu obsesión por mi peso, controlándome cada día, en lugar de hacer algo más productivo, como conseguirte un empleo, o al menos dejar de gastar en el bar en que trabajo.
Él se sintió herido, consideró que la acusación era injusta.
Cada día buscaba empleo, pero no había logrado encontrar uno a su medida. Tampoco creía estar ejerciendo un control que no correspondiera a su carácter de marido.
- Voy al bar porque me gusta el café que sirven, no para vigilarte. Y sólo yo sé a cuántas entrevistas he ido, no es mi culpa si no me llaman.
- ¿Y qué explicación le das a tu actitud de anoche?- estalló finalmente Doreen.
- Fue sólo un malentendido de tu compañera, esa zorra estuvo todo el tiempo tratando que yo me fijase en ella, por eso te mintió. Hay que tener mucho cuidado con esa clase de gente.
Doreen, más harta que cansada, apagó la luz, se metió en la cama, se tapó, cerró los ojos y se convenció que dormía.
A su lado, Earl ya roncaba.

(A partir de Short cuts, Raymond Carver)

1 Comments:

Blogger pio said...

Ella debería haber invitado a su compañera de trabajo a casa, deberían haber tenido sexo, formar una familia de tres o cuatro o cinco, el chabón debería haberse conseguido un trabajo cualquiera, no "uno a medida", deberían haber hecho un fondo común para pagar el alquiler, el dulce de leche, la yerba para el mate, los libros y los discos y así ir tirando hasta morirse.

11:28 a. m.  

Publicar un comentario

<< Home