Todo pasó tan rápido, aunque entonces parecía no tener fin. Salían desde todos los rincones, pero nosotros los estábamos esperando. El Jefe siempre lo sabía todo. Un grande el Jefe. Para pelear y para apretar. Los ablandaba de a poquito, porque sabía que todos eran débiles, estaban ciegos con eso de la solidaridad, la lealtad y tantas pavadas. El Jefe los hacía caer, los engañaba. Y cómo se divertía al desarmarlos, al quebrarlos. Me gustaba la risa del Jefe. Yo siempre lo aplaudía cuando confirmaba algún dato, de esos que nos facilitaban la caza.
Me gustaban las pibas, tan jovencitas, pero se las dejaba al Jefe, a él no le gustaba que le arruinásemos la mercadería. Él sí que sabía cómo tratarlas a esas putitas.
Y lo pasaba tan bien cuando me quedaba solo con él, mientras los muchachos salían.
Incluso ahora, mientras espero que estos traidores sin patria decidan mi destino, estoy tranquilo.
Sé que el Jefe está a salvo. Ojalá se acuerde de aquellos días y venga a visitarme.
Si no lo hace, no importa, él sabrá decidir lo mejor, como siempre.
A él, nadie lo va a tocar.
Me gustaban las pibas, tan jovencitas, pero se las dejaba al Jefe, a él no le gustaba que le arruinásemos la mercadería. Él sí que sabía cómo tratarlas a esas putitas.
Y lo pasaba tan bien cuando me quedaba solo con él, mientras los muchachos salían.
Incluso ahora, mientras espero que estos traidores sin patria decidan mi destino, estoy tranquilo.
Sé que el Jefe está a salvo. Ojalá se acuerde de aquellos días y venga a visitarme.
Si no lo hace, no importa, él sabrá decidir lo mejor, como siempre.
A él, nadie lo va a tocar.
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