La resonancia de los suplicios
El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)
25 octubre 2011
Pobres flores blancas terminar aplastadas arrojadas condenadas en compañía no elegida quizá hubiesen querido ceñir la frente de una novia el centro de una mesa en almuerzo homenaje al ilustre fundador de esta city o morir de viejas en el jardín al lado justo de donde fluye el agua que sigue y sigue tal vez hubiera llevado algunos pétalos hasta el mismo borde del mar estaría ya mustio pero atento a los cambios en la salinidad soledad de alta mar merced al hambre de las gaviotas o a la codicia de una anémona oculta entre el coral y la pobre flor no pudo nada de esto sólo fue testigo obligado de lagrimerío forzado a veces cierto pero no del todo porque ya se sabe todo tiene un final puede ser heroico como los reyes que murieron en batalla o glorioso como los que han muerto entre los brazos amorosos de amantes en la clandestinidad o finales simples porque simplemente el final debe llegar incluso si no es llamado o pedido si es evitado o repudiado y las flores blancas sin quererlo arrojadas y los que están alrededor queriendo ser salvados viendo de reojo cómo baja el ataúd mirando de costado para adivinar qué sienten quienes los acompañan o quién preferirían que estuviese bajando en lugar del que con flores blancas baja flores blancas música sacra miradas de reojo el ataúd tocó el suelo ya se pueden retirar señores la ceremonia ha terminado qué suerte aun es temprano podemos ir a tomar un café hasta el próximo encuentro hasta que nos acompañen las flores blancas.
Hay una fragilidad intrínseca que no se atreve al desafío del vuelo, como si el suelo asegurase la felicidad al vivir. Las alas no crecen si no se las ejercita con cariñoso y firme tesón , el suelo atrapa las plantas, las anuda con raíces fuertes, las encanta con la paz de la tarde o el fluir lento del arroyo, cuajado de piedras brillantes y húmedas. No deben quedarse inmóviles los pies si no quieren ser atrapados por el suelo traidor, debe la mirada proyectarse lejos , atravesar nubes y luna para empezar a mirar, es el primer paso para entender el vuelo.
Y fortalecer las alas, empezando por vuelos breves, bajos pero seguros hasta perder el miedo. Luego, ir cada vez más alto y más lejos, acomodar la respiración, suaves suspiros para elevarse, contenerse cuando la altura es suficiente para empezar a planear.
Animarse a abrir los ojos allá lejos, allá arriba, olvidar la sensación de sentir el suelo, tan sólo flotar.
Como si el tiempo pudiera volver.
O el verano seguir por siempre.
El agua del río ser la misma
cada vez que pase debajo del puente.
O el remanso ser eternamente el mismo,
cascada y paz,
alborozo y quietud.
Cuando la tarde llega o las estrellas se reflejan,
frías y calmas en su profundidad.
Hojas rojizas de álamos en la falda de la montaña,
cálido fuego que se fue tu mirada.
Con tu mirada se fue mi vida.
Tu mirada se llevó mi paz.
Y no me queda ni la furia.
No me queda el enojo de las hermanas de Lázaro.
Sólo el vacío del abrazo no dado.
Silencio que vuela con el viento hasta atravesar los montes.
Hasta calmarse en el mar.
Silencio que ahoga mi garganta, la cierra, la sella.
El dolor es un aullido interminable, reproche a los cielos.
Esos que jamás enviaron a quien tenía las palabras mágicas.
Para que el tiempo pudiera volver.
Para que el amor viva
y el agua refresque toda la sed,
calme todo el dolor.
O quizá Lázaro ya no quiso obedecer.
O el verano seguir por siempre.
El agua del río ser la misma
cada vez que pase debajo del puente.
O el remanso ser eternamente el mismo,
cascada y paz,
alborozo y quietud.
Cuando la tarde llega o las estrellas se reflejan,
frías y calmas en su profundidad.
Hojas rojizas de álamos en la falda de la montaña,
cálido fuego que se fue tu mirada.
Con tu mirada se fue mi vida.
Tu mirada se llevó mi paz.
Y no me queda ni la furia.
No me queda el enojo de las hermanas de Lázaro.
Sólo el vacío del abrazo no dado.
Silencio que vuela con el viento hasta atravesar los montes.
Hasta calmarse en el mar.
Silencio que ahoga mi garganta, la cierra, la sella.
El dolor es un aullido interminable, reproche a los cielos.
Esos que jamás enviaron a quien tenía las palabras mágicas.
Para que el tiempo pudiera volver.
Para que el amor viva
y el agua refresque toda la sed,
calme todo el dolor.
O quizá Lázaro ya no quiso obedecer.
13 octubre 2011
1-
Últimamente se ha vuelto una obsesión, casi como si su destino o incluso su respiración estuviesen encadenados a ese detalle al que accedió casi por casualidad, riéndose al principio y enredándose cada vez más estrechamente después, entre esas redes pringosas, frágiles quizá para voluntades más fuertes pero no es el caso para él, hijo único que creció a la sombra ilustre de una madre abnegada, judía para más datos pero nacida en los bordes de esa isla, piedra, roca árida que es Sicilia. Y fue supliendo la presencia constante de la madre sombra por esa página que cada día le da las indicaciones precisas para orientar sus horas, que hasta entonces sólo necesitaban del soporte del despertador que está al borde de su cama.
2-
Son las seis treinta y cuatro minutos cuando mira de reojo el reloj despertador, luces rojas sobre fondo negro, parpadeantes, claridad difusa de un amanecer que aun no llega.
Es Junio, el frío arrecia, quizá haya nieve o el pronóstico no habrá acertado. La mirada que dirigió hacia el reloj es para decirle que ya está despierto, que fácilmente podría prescindir de él y del estrepitoso Himno a la Alegría que desgrana a las seis y treinta y cinco para que se levante y empiece el ritual diario.
Pero hoy es sábado, el Himno a la Alegría no va a ser escuchado porque no necesita levantarse, vestirse ni partir hacia la parada del colectivo, subir al 67, viajar parado cuarenta y ocho minutos exactos, bajarse en Cabildo y Berutti, caminar siete minutos y medio para llegar ante su escritorio, saludar a Gutiérrez que llega antes y sentarse ante su PC. No, hoy es sábado y el ritual es otro.
3-
Sus párpados lo traicionaron, no obedecen sus órdenes y se niegan a despegarse. Cuando lo logra, busca el salvavidas a su lado. Necesita saber qué hora es, está entrando una inesperada claridad entre los pliegues de la cortina oscura, podría ser un sol de febrero pero no es febrero y si se ve el sol es porque ha dormido demasiado tiempo. Podría ser la claridad de la nieve, pero es necesaria mucha nieve para dar tanta luz y eso no sería posible en esta época y latitud, aquí los copos siempre son frágiles y no llegan a cubrir todo el suelo, sólo se juntan algunos islotes blancos entre el paisaje sucio de este suburbio abandonado por los urbanistas, hace años que nadie se ocupa de la estética y menos aun de recoger la basura o espantar las manadas de perros callejeros que pasean a toda hora, y a veces se resguardan del frío o de la lluvia en el zaguán de su casa.
Ya despierto, mira con horror la superficie completamente negra del visor del reloj, no hay energía eléctrica, su vida quedará a la deriva hasta que logre acceder a la bendición que cada día le entrega su computadora, la guía espiritual que está encerrada en las palabras mágicas, w.w.w.hacetecargo.com. Hasta entonces, día perdido.
El bar es pequeño, intrascendente, en la avenida colmada de luces, sala de primeros auxilios de los derrotados y solitarios.
Un cuadro incompleto, apenas luz, casi sombra, como la brasa de un cigarrillo en la habitación a oscuras, en el lento desorden de empezar a partir.La música pretende imponerse a las voces y por momentos lo logra, creando remansos en un incansable río de palabras fluyendo sin cesar, la mayoría de las veces inútil, como si a cada uno sólo le importase escuchar su propia voz.
Eran escasas las palabras, quizá apenas las suficientes, porque temíamos destruir la fragilidad del tiempo, siempre escaso.
Tras de la barra, Aníbal espera la llegada de los habituales del trasnoche. Uno a uno los va saludando, les hace llegar el pedido de siempre, código establecido en años de compartir charlas o silencios.
Los ventanales parecen a esta hora más pequeños, el bar se convierte en una nueva versión de las cavernas que albergaron a los hombres desde que habitan el mundo.
Era un refugio seguro tu casa, allí no llegaban reclamos, allí el tiempo corría de otro modo, se alteraban las leyes de la física y podía ser instante o eternidad mediando tan sólo una mirada.
Las luces cambian la textura de las paredes, detalles antes imperceptibles se evidencian por la indiscreción de las sombras que agigantan algunas grietas.
Tal vez grieta sea la palabra que describa el principio del derrumbe. Estaba allí, casi indistinguible, pero destinada a ser el anuncio de la partida.
Lentamente, se va vaciando el bar, mientras llegan los sonidos que preceden a la madrugada.
10 octubre 2011
Sintiendo cerca
un aleteo oscuro
como de frío,
como de miedo.
Como si se fuera alguien
al fin de la tarde
o terminara un viaje
sin haber llegado.
Y no importa la luna
reflejada en el río,
que brillen soles
o un lirio se abra,
un aleteo oscuro
amenaza la calma.
09 octubre 2011
El efecto de una luz puede transformar la sombra de una mano, cálida y amigable, en una serpiente, las fauces de un mastín o el amenazante pico de un águila imposible.
Una felicidad, modesta,
posible de ser descrita
en un párrafo breve
o en unos pocos versos.
Aunque tal vez sólo sea
la brevedad de lo detallado
resultado de mi típica,
conocida y comentada
capacidad de síntesis.
Los trazos de los relámpagos escriben historias sobre el negro de las nubes. Hace rato que el sol se ocultó tras la tormenta y la oscuridad va borrando todos los bordes, en una tarea lenta pero eficaz. Ya no se ven las sierras, los campos más allá de las banquinas sólo se adivinan o recuerdan.
Las luces del auto van construyendo un túnel delgado a través de las sombras. El hombre duda entre la monotonía inmediata a sus ojos y el espectáculo de cambios incesantes que se le ofrece en el horizonte, mientras la fatiga de tantas horas de soledad entrecierra sus ojos.
En un intento por permanecer despierto, baja las ventanillas y sigue, debe cumplir su horario. Aspira profundamente el aire fresco, se siente mejor y acelera nuevamente.
Poco antes del amanecer, las luces de los últimos relámpagos se reflejan en los vidrios trizados de un reloj que se detuvo a las 3:47 a.m.
Juegan los relámpagos entre las nubes, transformando los bordes redondeados en campo de lucha de dragones furiosos. Todo es cambio, la paz se ha quebrado en lo alto.
Indiferente, el trazo del camino es el mismo desde hace años, lo acompañen girasoles o páramo.
Mientras sigo mi viaje, entre lo inmutable y lo fugaz, trato de encontrar mi reflejo. Por momentos, quisiera la volatilidad del relámpago, capaz de inventar mundos entre la nada. Luego, es la certeza del sendero lo que anhelo para cuando llegue la noche.
Un viento suave hace ondear los pastos, mientras desaparecen los últimos vestigios de la luz del sol.
08 octubre 2011
02 octubre 2011
No se puede agregar negrura
al negro de esos ojos,
miedo inmóvil,
paredes que caen.
Hierros retorcidos,
montón de escombros,
una ventana que persiste
para recordar la calma.
Nubes a lo lejos
viento detenido,
la tarde en silencio.
No hay respuesta cierta
para esa mirada.
Encontrar las palabras
para nombrar lo inasible,
lo indeseado o imperfecto
Viajes sin retorno, leyendas falsas,
tragedia sin fin, rumbo inventado.
En lo alto, aves extrañas
trazando signos pálidos
por dentro, dudas al caer la tarde
No se llega al horizonte
el abismo no existe
tampoco las serpientes gigantes
Aun semejan sombras
sus sombras sobre la playa...