Hay una fragilidad intrínseca que no se atreve al desafío del vuelo, como si el suelo asegurase la felicidad al vivir. Las alas no crecen si no se las ejercita con cariñoso y firme tesón , el suelo atrapa las plantas, las anuda con raíces fuertes, las encanta con la paz de la tarde o el fluir lento del arroyo, cuajado de piedras brillantes y húmedas. No deben quedarse inmóviles los pies si no quieren ser atrapados por el suelo traidor, debe la mirada proyectarse lejos , atravesar nubes y luna para empezar a mirar, es el primer paso para entender el vuelo.
Y fortalecer las alas, empezando por vuelos breves, bajos pero seguros hasta perder el miedo. Luego, ir cada vez más alto y más lejos, acomodar la respiración, suaves suspiros para elevarse, contenerse cuando la altura es suficiente para empezar a planear.
Animarse a abrir los ojos allá lejos, allá arriba, olvidar la sensación de sentir el suelo, tan sólo flotar.
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