Los trazos de los relámpagos escriben historias sobre el negro de las nubes. Hace rato que el sol se ocultó tras la tormenta y la oscuridad va borrando todos los bordes, en una tarea lenta pero eficaz. Ya no se ven las sierras, los campos más allá de las banquinas sólo se adivinan o recuerdan.
Las luces del auto van construyendo un túnel delgado a través de las sombras. El hombre duda entre la monotonía inmediata a sus ojos y el espectáculo de cambios incesantes que se le ofrece en el horizonte, mientras la fatiga de tantas horas de soledad entrecierra sus ojos.
En un intento por permanecer despierto, baja las ventanillas y sigue, debe cumplir su horario. Aspira profundamente el aire fresco, se siente mejor y acelera nuevamente.
Poco antes del amanecer, las luces de los últimos relámpagos se reflejan en los vidrios trizados de un reloj que se detuvo a las 3:47 a.m.
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