Como un trépano enloquecido tu recuerdo traspasa mi memoria y la tarde se viste de luces. Son los dorados de las llamas que un día te ocultaron, son las sombras que se estiran cuando llega la noche, caminantes huidizas que quisieran librarse del peso de estar unidas a un cuerpo, sombras que quisieran apoderarse de los sonidos repetidos por la cascada que cada día dice su canción entre los árboles, las rocas y el silencio.
Está dispuesto el mantel, la mesa está servida para que por una vez los huérfanos puedan conocer la dulzura de dormirse entre brazos suaves, mientras las horas golpean y golpean, envolviendo el día y la noche, atravesando escalones de sueño.
Vuelan hacia el Norte las garzas oscuras, huyendo del frío. Son flechas lanzadas hacia las nubes, mensaje cifrado sobre una página azul, para ser develado por un profeta que anuncia los hechos escondidos en la eterna espiral del futuro.
Me detengo y te miro. Es como si no te hubiese conocido nunca, como si nunca hubiesen estado juntas tu sombra y la mía.