La resonancia de los suplicios

El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)

Nombre: blanconegro
Ubicación: Argentina

12 junio 2010

Otra vez están sucios los vidrios y las cortinas parecen de duelo, como si se les hubiese dado por recordar cuando aún eran algodón creciendo en Atlanta y los ojos negros estaban llenos de lágrimas y los dientes blancos apenas podían contener el grito, para salvar esa vida que valía poco y a veces los perros eran los que decidían. Suerte de perros tenían esas bestias que cada mañana probaban la sangre, los gritos, pero nunca pudieron seguirle el rastro a Lucinda, la que pudo escapar porque hubo algo más fuerte que el miedo, no pudieron encontrar su rastro los hombres ni los perros. Ahora Lucinda se ríe, volvió a encontrar la tierra, caminó y caminó hacia el sur sin descansar. Las tardes le dieron abrigo hasta que llegó a la selva mexicana, los quetzales naranja aletean alegres con la voz de Lucinda y yo estoy acá en un atardecer nublado y triste que no se decide a partir y la noche que no llega como no pudo llegar aquel tren el día de Pascua que todos estuvimos esperando y se había descarrilado y rompió el puente y ya nunca más volvió a pasar por acá, por esta ciudad que a veces, cuando se niega a presentarse la noche hace como que respira profundo y se traga de golpe los sueños de los desprevenidos, esos que creen que un sueño no requiere precauciones y cuidados especiales, pero son tan esquivos los sueños que se aprovechan del menor descuido para escapar y quedarse agazapados atrás de los zócalos, entre las molduras y si se presenta un balcón , mejor, ese es el sitio que más los favorece. Por eso, quizá deba deba irme a otra casa, con un balcón grande y sombreado, como el que había en la casa del tío Pedro, era tan linda esa casa con glorietas y sillones. A la siesta, siempre se podían encontrar pájaros en el jardín, en los robles llenos de nidos y ramas para trepar y ver esos huevitos azules, verdes o con pintitas color chocolate, brillantes con una promesa escondida dentro, si uno sabía mirar desde el ángulo exacto o si tenía memoria de cómo sonaban las voces cuando estaba por llover.
Y ahora, noche nubes frío la calle desierta las puertas cerradas la cama aún vacía.