Desde mi ventana, miro hacia la calle.
Como cada día desde hace años, el hombre llega hasta la esquina de Alvear y Mitre.
Es invierno y parece más apurado que otras veces, tal vez el frío lo haga anhelar con más fuerza el calor de su casa. O quizá se dirige hacia su trabajo y teme llegar tarde.
Lleva sombrero y sobretodos negros, y su sombra sobre la calle toma una forma que lo asemeja a un Batman de parque de diversiones en gira por el interior. Recuerdo esos parques, siempre me transmitieron una especie de nostalgia que ahora puedo entender y entonces me era extraña:todos los personajes estaban cansados, eran apenas una copia rústica de su esplendor original.
Cuando se es niño, las cosas y las personas se ven como ahora puedo ver una foto: el rostro del tío Juan siempre ha sido igual de viejo, el árbol del frente de casa es muy alto, la casa de Alejo siempre estuvo entre el baldío de los Rosas y la zanja de desagüe.
Con los años, viene la perspectiva, vemos los cambios, nuevas fotos se incorporan al álbum.
Vuelvo mi mirada a la calle. La sombra del poste del semáforo atraviesa la ochava y luego trepa por la vidriera de la panadería, rodea la marquesina y alcanza a arañar la terraza, como una gigantesca anaconda tratando de aprisionar el edificio.
El hombre llega al borde de la sombra. Mira a un lado y otro, cree que está solo, no registra mi presencia tras de la ventana a oscuras.
Toma su sombrero en la mano derecha, hace una reverencia hacia ambos lados de la calle y luego salta, sonriendo, hacia el otro lado de la sombra.
Como cada día desde hace años, el hombre llega hasta la esquina de Alvear y Mitre.
Es invierno y parece más apurado que otras veces, tal vez el frío lo haga anhelar con más fuerza el calor de su casa. O quizá se dirige hacia su trabajo y teme llegar tarde.
Lleva sombrero y sobretodos negros, y su sombra sobre la calle toma una forma que lo asemeja a un Batman de parque de diversiones en gira por el interior. Recuerdo esos parques, siempre me transmitieron una especie de nostalgia que ahora puedo entender y entonces me era extraña:todos los personajes estaban cansados, eran apenas una copia rústica de su esplendor original.
Cuando se es niño, las cosas y las personas se ven como ahora puedo ver una foto: el rostro del tío Juan siempre ha sido igual de viejo, el árbol del frente de casa es muy alto, la casa de Alejo siempre estuvo entre el baldío de los Rosas y la zanja de desagüe.
Con los años, viene la perspectiva, vemos los cambios, nuevas fotos se incorporan al álbum.
Vuelvo mi mirada a la calle. La sombra del poste del semáforo atraviesa la ochava y luego trepa por la vidriera de la panadería, rodea la marquesina y alcanza a arañar la terraza, como una gigantesca anaconda tratando de aprisionar el edificio.
El hombre llega al borde de la sombra. Mira a un lado y otro, cree que está solo, no registra mi presencia tras de la ventana a oscuras.
Toma su sombrero en la mano derecha, hace una reverencia hacia ambos lados de la calle y luego salta, sonriendo, hacia el otro lado de la sombra.
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