Lo oscuro de la vida reside ahora en sus ojos, como un filtro que agrega tragedia y desazón a lo que mira.
Transcurren sus días vanos, temerosos, en el encierro profundo de cuatro paredes, interrumpidas por una puerta que pocas veces se abre y una ventana sombreada por una cortinilla de tules y puntillas, lujo extraño para tanta oscuridad.
Colgado en la pared, entre la cama y un ropero casi tan viejo como ella, su peor enemigo: un espejo de marco dorado y recargado de volutas y hojas, con algunos rayos y espadas.
Atrapadas entre innumerables capas de tiempo, contiene las imágenes que le ha ido dando a través de los años: cuando fue feliz, cuando fue madre, cuando fue útil, cuando fue bella, cuando fue viuda.
Lentamente, se acerca a él, para dejar allí la imagen que quedará cuando ella muera.
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