La resonancia de los suplicios

El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)

Nombre: blanconegro
Ubicación: Argentina

17 abril 2010

Hay un extraño pacto que los une al frío, ellos se han juramentado a servirle, para que no cese nunca, para alimentar la llovizna y que ya nunca salga el sol.
Cumplen su parte esmeradamente. Aprovechan esos días para llevarse a alguien a la celda del cuarto piso y extraerle todo el dolor que puedan.
Con la porfía sistemática en que han sido instruidos, insisten en sacarnos algo que saben que no existe: la traición. Golpean, golpean, gritan órdenes, asfixian, picanean.
Todo un ritual que van celebrando según un orden establecido, inmutable. Nunca cambian su rutina, no porque sean obedientes, sumisos o dogmáticos, sino que sólo saben hacer eso, son incapaces de crear.
Apenas pueden creer ciegamente.
Se suceden, de a tres por turno, en tres turnos diarios. Nosotros ya los conocemos: por la mañana suben Méndez, el Loco y Páez; a la tarde el Inglés, Serna y David; la noche es del Tuerto, Farias y Gómez.
En el patio, mientras caminamos, el pelo húmedo y los zapatos mojados, sentimos cómo van las cosas allá arriba. El silencio no es bueno, los desmayos suelen enfurecerlos y darle más fuerza a los golpes.
Hace tres días se lo llevaron a Damián. Ya casi no lo oímos, sólo escuchamos los gritos de ellos insultando y preguntando, que se filtran a través de una canción que suena en la radio.
Lo conocemos bien a Damián. Él siempre calla, aunque alguna vez lo vimos sonreír y una vez lloró sin que supiéramos por qué.
Ahora la llovizna cesó y el sol ha aparecido de nuevo.
Bajan al patio lo que quedó de él. Nos acercamos en silencio.
Pese al esfuerzo que hicieron, no han logrado acallar sus ojos.