Marie apura el paso. Una ráfaga del viento frío del atardecer le hace llevar su mano izquierda al cuello del abrigo, cerrándolo mientras mira hacia el piso.
Como tantas veces, ella llega a la escribanía de Gilles Moffitt en busca de novedades. A pesar de tantas visitas infructuosas, anhela que la de hoy le depare alguna esperanza.
- Esperanza es lo único que nos dejan tener a los pobres-, solía decir su madre mientras intentaba saciar el hambre de los muchos hijos que la rodeaban.
Marie sabe que esperar no es suficiente, ha aprendido que a veces es necesario exigir. Como aquel invierno, cuando la nieve no cesaba de caer. Se estremece en el recuerdo del frío, de Paul y Angeline que no lo soportaron, de las manos que se volvían azuladas y dolían tanto.
Aquella vez, el cura les pedía que fueran pacientes, pero no los dejaba dormir dentro de la iglesia ni encender fuego en el portal. Y sí, piensa ella, es fácil pedir paciencia para aguantar el frío cuando se tienen los pies calientes y la panza llena.
Fue terrible aquel invierno, pero no pudo con ellos. Más aún, a veces siente que fue necesario ese sufrimiento, que los llevó al borde mismo de la supervivencia. Ya no podían esperar, debían conseguir un techo. Y había tantas casas vacías en el invierno de St. Ives.
No recuerda de quién fue la idea de recorrer la ciudad, pero pronto todos estuvieron de acuerdo: no tardaron en elegir el viejo chalet de la calle 12, frente al paso a nivel, a cinco cuadras de la estación del tren.
Todos habían pasado muchas veces frente a ese chalet y no recordaban haber visto jamás una ventana abierta o alguien en el jardín cubierto de yuyos.
Cuando entraron por primera vez, les pareció que estaba casi tan frío adentro como en la calle. Pero, de a poco, cada una de las familias fue adecuando una parte hasta tranformarlo en un sitio casi cómodo. Tal vez no para los demás, pero para ellos es el hogar que conocen.
Aún sienten temor cuando escuchan alguna sirena, fueron muchas las veces que trataron de sacarlos a todos de allí. Usurpadores, les solían decir, pero ellos nunca se dejaron amedrentar.
El escribano Moffitt les aseguró que mientras le paguen su cuota semanal no los desalojarán, que tiene avanzados los trámites para legalizar su situación, que la casa ya es de ellos. Es tanto el dinero que ya le han entregado y los papeles no aparecen...
Esta tarde, Marie cree que ha llegado el momento de exigir una respuesta.
Un pretexto ya no es suficiente.
Como tantas veces, ella llega a la escribanía de Gilles Moffitt en busca de novedades. A pesar de tantas visitas infructuosas, anhela que la de hoy le depare alguna esperanza.
- Esperanza es lo único que nos dejan tener a los pobres-, solía decir su madre mientras intentaba saciar el hambre de los muchos hijos que la rodeaban.
Marie sabe que esperar no es suficiente, ha aprendido que a veces es necesario exigir. Como aquel invierno, cuando la nieve no cesaba de caer. Se estremece en el recuerdo del frío, de Paul y Angeline que no lo soportaron, de las manos que se volvían azuladas y dolían tanto.
Aquella vez, el cura les pedía que fueran pacientes, pero no los dejaba dormir dentro de la iglesia ni encender fuego en el portal. Y sí, piensa ella, es fácil pedir paciencia para aguantar el frío cuando se tienen los pies calientes y la panza llena.
Fue terrible aquel invierno, pero no pudo con ellos. Más aún, a veces siente que fue necesario ese sufrimiento, que los llevó al borde mismo de la supervivencia. Ya no podían esperar, debían conseguir un techo. Y había tantas casas vacías en el invierno de St. Ives.
No recuerda de quién fue la idea de recorrer la ciudad, pero pronto todos estuvieron de acuerdo: no tardaron en elegir el viejo chalet de la calle 12, frente al paso a nivel, a cinco cuadras de la estación del tren.
Todos habían pasado muchas veces frente a ese chalet y no recordaban haber visto jamás una ventana abierta o alguien en el jardín cubierto de yuyos.
Cuando entraron por primera vez, les pareció que estaba casi tan frío adentro como en la calle. Pero, de a poco, cada una de las familias fue adecuando una parte hasta tranformarlo en un sitio casi cómodo. Tal vez no para los demás, pero para ellos es el hogar que conocen.
Aún sienten temor cuando escuchan alguna sirena, fueron muchas las veces que trataron de sacarlos a todos de allí. Usurpadores, les solían decir, pero ellos nunca se dejaron amedrentar.
El escribano Moffitt les aseguró que mientras le paguen su cuota semanal no los desalojarán, que tiene avanzados los trámites para legalizar su situación, que la casa ya es de ellos. Es tanto el dinero que ya le han entregado y los papeles no aparecen...
Esta tarde, Marie cree que ha llegado el momento de exigir una respuesta.
Un pretexto ya no es suficiente.
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