La resonancia de los suplicios

El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)

Nombre: blanconegro
Ubicación: Argentina

15 mayo 2010

La sombra del sauce llorón se va alargando, lenta, mientras el sol se acerca al borde de las sierras, hasta ocultarse tras de ellas.
En el aire, bandadas de gorriones y de palomas dibujan islotes que se desplazan formando figuras zigzagueantes yendo hacia el montecito de chañares, su refugio hasta que vuelva el día.
Apoyado en el tronco añoso, un hombre dormita mientras su perro, negro, flaco y hocicudo, lo mira, en actitud protectora y algo sumisa.
A lo lejos, se encienden algunas luces en casas, galpones, camionetas o tractores que hacen el último viaje del día.
De a poco aparecen las luciérnagas, como estrellas frágiles bailoteando en el aire quieto.
El hombre se ha dormido y sueña.
Corre, atravesando el campo sembrado de lino, que ha abierto sus flores esta tarde.
Va hasta el río, está llegando la creciente. El agua tapa los bordes, los alambrados, llega a los acacios y sigue subiendo. La correntada oscura arrastra troncos, entre borbollones de espuma.
Sigue andando, ahora está en un bosque de pinos. No hay viento, el aire es cálido, se escucha el zumbido intenso de millones de abejas que van y vienen desde los árboles hasta sus colmenas.
El hombre se detiene, necesita pensar, no recuerda el porqué de su viaje. A su lado se encuentra ahora un amigo de años, que parece querer preguntarle algo, pero se aleja sin decir palabra.
Cae una lluvia intensa y feroz sobre el bosque, él no se moja, algo impide que el agua entre en contacto con su piel.
No se moja, pero de pronto siente que no puede respirar, una soga muy gruesa está rodeando su cuello, ajustándolo cada vez con mayor fuerza. No sabe porqué sus manos no pueden defenderlo, se niegan a salir de sus bolsillos, como si se hubiesen transformado en piedras inmóviles a los lados de su cuerpo.
Todo está oscuro ahora, todo está en silencio.
Es un niño, pequeño y ansioso rumbo a la casa de su abuela. El sol brilla muy fuerte, el camino está rodeado de pequeños charcos. El galope parejo del petiso le hace dar saltitos sobre la montura.
Ríe, feliz sin saber que lo es. Llega hasta una tranquera, salen a su encuentro los perros de la casa, ladrando en un trío desacompasado.
Se sobresalta el hombre, abre los ojos.
Ya es de noche, sólo están él y su perro.