Puede a veces la tarde transformarse en festividad para quienes esperan, milagrosamente, aprender a volar. Pueden crecerles alas donde se encontraban homóplatos, los pies mutar en maravillosos sistemas de impulsión y, en un instante, ya están por los aires. Cuando lo logran, les crece también una especie de telescopio sobre la nariz. Si ubican bien sus ojos, éste les permite ver hasta los planetas más lejanos, uno a uno con sus satélites girando en sus órbitas, perpetuos prisioneros de la inevitable gravedad. Hay quienes se fascinan con los asteroides, tal vez porque el nombre les suena bien cuando lo dicen luego de muchos kilómetros recorridos batiendo alas y orientando rumbos. Otros, prefieren los cometas, a pesar de su mala fama, porque a ellos no les importa el tipo de catástrofe que pueda acontecer en la Tierra, ya la han dejado tan lejos que no piensan volver por muchos siglos.
Así dicen que va llenándose el espacio de seres que pudieron descubrir el misterio de lograr lo anhelado sin esforzarse tanto. Y pareciera ser que la pasan tan bien y transcurre tan jovial su existencia, que algunos han sido avistados allá lejos, curiosos, bordeando una galaxia en forma de espiral, esperando que se resuelvan los grandes dilemas que les provocaban insomnios cuando apenas eran unos hombrecitos tratando de atravesar la noche.
Así dicen que va llenándose el espacio de seres que pudieron descubrir el misterio de lograr lo anhelado sin esforzarse tanto. Y pareciera ser que la pasan tan bien y transcurre tan jovial su existencia, que algunos han sido avistados allá lejos, curiosos, bordeando una galaxia en forma de espiral, esperando que se resuelvan los grandes dilemas que les provocaban insomnios cuando apenas eran unos hombrecitos tratando de atravesar la noche.
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