Se ladea el rascacielo buscando la sombra de la nube que huye por el firmamento, firmemente decidida a buscar otro cielo desperezando el anhelo de alcanzar tierra firme donde se sienta cómoda para realizar su tarea agónica en el festival de las ventanas cerradas ojos ciegos que miran hacia adentro comprimiendo las tripas que suben hasta las orejas que no escuchan el grito del hombre que produjo calamidades bajo el cielo naranja de los valles de ruanda por donde aún claman los demonios de la sangre pura la raza perfecta altos negros esbeltos orgullosos de serlo clavando estacas en los ojos claros que miran como si fueran ventanas del infierno que viene a llevar petróleo carbón diamantes niños para que conozcan otro modo de ser transitando en autos que destruyen aires construcciones que ocupan verdes donde donde huyen ciervos y abundan los siervos para que el señor pueda estar tan feliz como si estuviera en las praderas del áfrica negra viendo el azul cielo de nubes blancas descansando sobre el oro negro y viendo el azul mar recibiendo al cristalino río atravesando las arenas doradas a la hoja como las imágenes de las iglesias cerradas para que no roben los santos ni se crean las prostitutas que pueden entrar de día sin ser llamadas a cumplir su rito de sanación de las profundas enfermedades que embargan las almas de los pastores de almas que necesitan cuerpos para saciar sus cuerpos ofrecidos sin pedir a cambio nada más que la salvación eterna de sus espíritus santos que sobrevuelan los pueblos que cantan los himnos que alguna vez escribieron los que querían expresar la más profunda emoción de la que eran presa al llegar la tarde aparecer las estrellas, brillantes sobre terciopelo negro desde oriente hasta cubrir toda la bóveda celeste con constelaciones que transitan el universo desde el big bang, el original, no la réplica pequeña y carísima que cientos de hombres que hablan todas las lenguas construyeron bajo una montaña para jugar a ser por un rato o por una vida los ayudantes del creador que debió haber estado aburrido cuando decidió que hacía falta la luz y la luz se hizo y desde entonces es, y no es bueno que el hombre esté solo y desde entonces no lo está a pesar de que cuando llega fin de mes y las cuentas no cierran el hombre a veces se queda solo hasta que llega algún perro y lo salva con sus ojos que lo miran como si él fuese el único ser capaz de comprenderlo en el mundo y el hombre hace como que le cree al perro que es un engaño que sirve para que el hombre ya no esté solo como la nube blanca que atraviesa el cielo huyendo rauda de la amenaza que implica sobrevolar new york en esta época del año, propicia a las tormentas, sequías, tornados y a veces maremotos.
La resonancia de los suplicios
El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)
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