La resonancia de los suplicios
El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)
01 julio 2011
Viaje cotidiano, repetido mil veces, por años. Casas en construcción, casas habitadas, casas deterioradas. Semáforos que a veces incitan a no ser vistos, no respetados por inútiles, redundantes en el tránsito mínimo que no requiere reglas.
Árboles añosos, caldenes enormes que dieron paso al sorgo, al maíz, a la soja, según el dictado de los mercados a futuro. Mercado de tahúres, que venden la nada a precio de oro y el oro a precio de soja.
El sol despeja la niebla mientras la mañana avanza. Cerca, se oye una cadencia de ladridos, por momentos gritos desesperados desde la cárcel repleta.
Olor denso, nauseabundo; al costado del camino, una cruz en un árbol, recordando que la muerte vence si se le da ventaja.
A lo lejos, se mezclan aviones y patos en vuelo.
Anochece.
Entre la bruma sin tiempo de tardes interminables, aparece a veces, como un fulgor, un relámpago antes del trueno o un camino perdido, la visión repetida de los días de mi infancia.
Tardes grises, plomizas, de felicidad ignorada, calmas y repetidas entre la mansedumbre de los caballos y el veloz silbido de las perdices.
Los sauces, plañideros, rodeando la laguna detrás del cementerio, casi abandonado ahora, según me han contado, a causa de una población que ya no alcanza para proveer de muertos, por falta de vivos que sean capaces de desafiar la intemperie bajo el alero de los ranchos, flacos y tristes de estar tan lejos.
Adormecido, sueño un último cortejo negro, coches alados arrastrados hacia una luna llena oculta tras de la tormenta.
Cuando Zeus creó la vaca, la vaca era tan libre como el aire y era de todos como el aire es.
Pero siempre existe un motivo para alterar los designios del destino, la vaca pecó y entonces dejó de ser de todos.
Como el hombre era mas taimado que la vaca y había sabido ganarse el aprecio de Zeus, que, aunque dios, o por dios obraba de ese modo, con altanería e inseguridad, el hombre lo lisonjeaba y le hacía creerse fuerte, bueno, digo, entonces el hombre lo convenció a Zeus de que las vacas debían ser de él, y para que ellas lo supieran debían estar debidamente domesticadas y encerradas para que no causaran destrozos en los maizales ni destruyeran las hierbas que libremente daban sus frutos, flores, tallos y semillas para que todos vivieran felices.
Así fue que las vacas perdieron su libertad y pasaron a estar presas y a disposición del hombre.
Pero Zeus, para afirmar su intrínseca inseguridad y demostrarle al hombre quién era el que mandaba, expresó con firmeza: "serán tuyas las vacas, pero jamás oses alambrar en los días de tormenta, porque si así lo hicieras, los rayos caerán sobre ti y tu descendencia".
La advertencia fue transmitida de generación en generación, desde los griegos filósofos de todas las escuelas, hasta llegar a los mas pedestres y menos instruidos gauchos, quienes, aun ignorando el origen del mandato, lo cumplen con absoluta fidelidad y sin expresar el menor atisbo de duda...
Me fastidian mis primos pequeños.
Los chicos por gritones y torpes, las nenas por lloronas y tontas.
Y parece que no tuvieran madres, porque las tías llegan y se olvidan de ellos, se pasan las horas jugando a la canasta y hablando de sus trascendentales e insípidas existencias, donde parece vital el conocimiento de la fórmula del perfecto budín o el mejor quitamanchas para que el mantel no delate la borrachera de los impecables jefes del hogar o la primicia acerca del embarazo de la hija de la puritana que vive en la esquina.
Sí, ellas se olvidan de sus hijos y yo debo soportarlos estoicamente.
Antes, los sufría en silencio.
Ahora, he encontrado un arma invencible: "o te callás o va piquete de ojos, zopenco!!!!".
El miedo, los vuelve dóciles.