Hace tanto tiempo que trabaja en el mismo lugar, que hace idénticas tareas, cumple horarios y órdenes incluso antes de que le sean dadas.
Pero últimamente, percibe que hay gente que lo mira de modo extraño, como ocultándole algo, siente que los demás saben algo que él no.
Es cierto que la producción no pasa por su mejor momento, pero lo que ellos fabrican no es superfluo y tiene asegurada la demanda, no hay fluctuaciones estacionales ni modas pasajeras.
El Molino ha pertenecido a los Cáceres por años, desde hace al menos tres generaciones, y don Francisco dejó su marca en la familia. Ellos respetan su trabajo y desprecian la especulación, son raros para el ambiente empresario nacional, confía en ellos.
En el que no confía demasiado es en ese pibe que apareció hace unas semanas, por ahora está aprendiendo, pero le parece demasiado apurado por ascender.
Ayer notó que le hace preguntas como si lo estuviese examinando, es educado pero no le gusta.
Tal vez deba animarse a hablar con el Jefe de Personal, se conocen mucho, pero no quiere que se sienta presionado ni le interesa el rol de buchón.
Otra alternativa sería hablar con la secretaria del gerente, ella siempre ha sido cordial y discreta. No puede seguir en esta incertidumbre. Cuando se pierde un trabajo a los 30, hasta puede llegar a ser beneficioso, dar lugar a un cambio favorable, pero cuando sucede después de los 50 sólo significa una cosa: el final.
Transcurren los días y las semanas con lentitud exasperante, cada momento aumenta su sensación de excluido, empieza a ver expresiones distintas en algunos compañeros; su falta de descanso se hace notoria, algunos le preguntan por su salud. Se fija plazos para averiguar qué sucede, pero los va postergando, considera casi una victoria cada día sin recibir el telegrama que ya se ha convencido le llegará irremediablemente.
Avanza Diciembre con su carga de expectativas, el 18 es aniversario del Molino, la reunión anual en la que se anuncian los lineamientos para el próximo período.
Anhelante, se viste para la que ya ha designado como su última fiesta.
A la hora de los anuncios, escucha su nombre como entre sueños, luego algo que no llega a entender con claridad, luego aplausos.
No reacciona hasta que le llega la primera felicitación por su merecido ascenso.