A pesar de los vientos y las sombras que con frecuencia nos distancian, anoche he vuelto a soñar con Usted. Es una respuesta, quizá, que ofrece mi subconsciente, algo más racional que mi consciente o menos loco que mi incosciente, que apunta a restaurar un vínculo que necesito para sobrevivir.
Querida Lucía, no se deje llevar por los comentarios que tal vez llegan a Ud. Son sólo chapucerías que inventa la gente sin imaginación para entretener sus días grises.
Si le han dicho que no le convengo, que me han visto en actitudes poco amigadas con las buenas costumbres, eso es producto de erróneas interpretaciones que sobre mi conducta efectúan los necios.
Tal vez le parezca a su digno padre que yo no trabajo lo suficiente pera otorgarle a Ud. todo el confort que merecerá en su vida; es que las aspiraciones de su progenitor apuntan a elevar la calidad de vida de sus descendientes a un nivel semejante a los reyes. Pero, en vista del resultado que se observa en la conducta de los actuales vástagos de las testas coronadas de la vieja Europa, no me parece un buen ejemplo a seguir.
Si su tía abuela le ha sugerido que su respuesta sea la negativa, debo recordarle que a esa señora la guía un solapado resentimiento. Trata de hacer que Ud. sea su acompañante perpetua y quien deba prodigarle el cariño que por sus propios medios no logró. Además, puede servirle de ayuda para desoír el consejo, echar una rápida mirada sobre el ceño fruncido y el bigote hirsuto de la señora, atributos sin duda relacionados con las ganas que ella siempre tuvo de contestar que sí y que no pudo concretar ante la ausencia de la pregunta adecuada.
Pero, por sobre todas las cosas, querida Lucía, sepa Ud. comprender que ese apelativo no tiene nada que ver con mis condiciones morales y personales, no ha debido significar para Ud. un agravio el que alguien le haya dicho que frecuento en demasía a mis pares, los canallas.
Atentamente, a sus pies, un servidor.