Han sido días de dientes apretados.
He visto morir nuevamente, en cientos de muertes repetidas, a Carlos Fuentealba.
La primera fue gloriosa, honorable, casi envidiable: por lo que uno lucha, en el campo de la lucha.
Las siguientes fueron atroces.
En cada homenaje que le hicieron los traidores, los cobardes que nunca pudieron pensar por sí mismos. Los que se arrodillan ante el poder, sea quien sea el que lo detenta.
Unos días después, murió nuevamente Dante Bodo.
Había muchos puntos de contacto entre el docente y el abogado, caídos con 31 años de diferencia.
Los dos murieron por disparos en sus espaldas, uno por granada, el otro cayó bajo el FAL.
Uno la policía, otro la Aeronáutica. A ambos los marcó el poder político, ambos molestaban.
A Dante lo volvieron a matar el miércoles, frente a su casa.
"Acto recordatorio y de homenaje". Estaban los amigos viejos, algunos luchadores de hoy y los miserables de siempre. Algunos que hoy lo volverían a delatar, algunos que hoy mirarían hacia otro lado si se lo cruzaran por la calle.
Los candidatos, ahora inclaudicables defensores de los derechos humanos.
Derechos humanos de hace 30 años, los de hoy son un tanto más peligrosos.
El martes, frente a esa cosa que se llama Justicia. Declaración testimonial.
Una declaración cuyo destino incierto va de la mano de un pusilánime.
¿Cómo no decir la verdad sin tener que mentir?
Ética de la convicción frente a la ética de la responsabilidad.
Es difícil callar sin sentirse cobarde, separar el sentimiento del raciocinio.
Me duele la mandíbula de tanto apretar los dientes...