Esparciendo sesos sobre las baldosas, para determinar los cambios que se producen sobre su utilidad declarada o posible, un científico se aboca a la resolución de sus conflictos.
Los sesos de vaca no parecen variar, la vaca puede rumiar con ellos o sin tenerlos dentro del cráneo. Parece ser una función sólo estética la ubicación de los mismos en el sitio que ocupan naturalmente.
Con las ranas, surgen algunos problemas: por ser tan escasos, las posibilidades son menores. Apenas alcanzan para llenar una pequeña cucharita, y como son pegajosos resulta casi imposible separarlos de ella. Aplicando una versión libre del principio de incertidumbre, puede concluirse que es imposible determinar utilidad y ubicación de los sesos de rana en forma simultánea.
El elefante ofrece oportunidad para innumerables experimentos, pero los resultados estarán sospechados de poseer algún sesgo prejuicioso a la hora de evaluar el nivel de inteligencia de un ser que podría reducir a quien efectúa la experiencia a un montón de carne, sangre y huesos sin sentido si se le ocurriese hacerlo, por enojo, por curiosidad o por ambos.
Esto lleva a descartar al elefante. Con conejos y ratas no suele ser atractiva la investigación, porque se ha dicho ya tanto acerca de ellos que es difícil encontrar alguna veta original.
Lo anteriormente detallado lleva inexorablemente la situación al punto en que el experimento básico debe ser extrapolado a la aplicación, la empiria debe ser praxis y la teoría acción.
La pregunta cae como pera madura y se formula en la mente del analista: ¿es importante que el seso esté dentro del cráneo del hombre/ mujer para que pueda ser funcional?.
Rápido, extrae el suyo de su cráneo, lo mira, lo pesa, lo esparce, y concluye: “la función se cumple, independientemente de la ubicación de la masa cerebral”.
Aplausos, congresos, premios, becas, viajes.
El buen científico debe ser premiado, ha puesto todo de sí en este estudio.