Se acompasa el viento entre las ramas del olivo. Una paloma insiste en sacarse de debajo de las alas los piojillos que la atormentan. El día aparece brumoso, con polvo en suspensión y un dejo de olor a humo que llega desde los campos del Sur, que ardieron durante la tarde de ayer.
Una pared resquebrajada resiste el embate de los años y logra perdurar por la ineficiencia de quien debiera ordenar su inmediata demolición, antes de que sea demasiado tarde y algún trozo se desprenda sobre la cabeza de los chicos que pasan sus recreos jugando a la pelota en ese patio, como un torbellino de energía que se libera en pulsos periódicos durante las tardes.
Y era una tarde como esta cuando Paco decidió que no le importaba seguir sobrio.
Para qué, decía Paco, estar sobrio para lo único que me sirve es para estar despierto, esperando que pasen las horas para poder tachar con una cruz otro día en el almanaque ese que me dieron.
Parece un cementerio el mes de Julio, lleno de cruces, de Lunes a Domingo, desde la primera hasta la cuarta semana.
Voy a llenar el año de cementerios, decía Paco, no quiero que pase eso, me voy a sentir culpable por haber llenado de cruces la vida de mi barrio, voy a matar cada día que vaya pasando, qué pensarán de mí los chicos que quieren vivir en un lugar donde las tardes sirvan para jugar a la pelota.
Y en los cementerios no se puede jugar a la pelota, siempre llega algún cuidador que nos reta y nos dice que tengamos respeto por los que están descansando allí, y nosotros no conocemos a nadie que descanse tanto, sería bueno que descansen los cuidadores así podríamos jugar a la escondida, hay muchos lugares para esconderse en un cementerio, pero a la tardecita da un poco de miedo, sobre todo si empiezan a cantar las palomas o si vuelan en esas bandadas inmensas que hacen ruido con las alas, parece que fueran espectros que vienen llegando a ocupar los lugares en donde han quedado sus cuerpos.
Pero no son bandadas de espectros, son sólo bandadas de palomas que van a asentarse, una a una, entre las ramas del olivo, para dedicarse, meticulosamente, a sacar uno por uno los piojillos que las atormentan cuando el sol les calienta las plumas.
El viento del Sur insiste en hacer volar nubes de polvo sobre los médanos, mientras se escuchan los chasquidos leves de las llamas al alcanzar las cañas altas que crecieron durante el verano.
Una pared resquebrajada resiste el embate de los años y logra perdurar por la ineficiencia de quien debiera ordenar su inmediata demolición, antes de que sea demasiado tarde y algún trozo se desprenda sobre la cabeza de los chicos que pasan sus recreos jugando a la pelota en ese patio, como un torbellino de energía que se libera en pulsos periódicos durante las tardes.
Y era una tarde como esta cuando Paco decidió que no le importaba seguir sobrio.
Para qué, decía Paco, estar sobrio para lo único que me sirve es para estar despierto, esperando que pasen las horas para poder tachar con una cruz otro día en el almanaque ese que me dieron.
Parece un cementerio el mes de Julio, lleno de cruces, de Lunes a Domingo, desde la primera hasta la cuarta semana.
Voy a llenar el año de cementerios, decía Paco, no quiero que pase eso, me voy a sentir culpable por haber llenado de cruces la vida de mi barrio, voy a matar cada día que vaya pasando, qué pensarán de mí los chicos que quieren vivir en un lugar donde las tardes sirvan para jugar a la pelota.
Y en los cementerios no se puede jugar a la pelota, siempre llega algún cuidador que nos reta y nos dice que tengamos respeto por los que están descansando allí, y nosotros no conocemos a nadie que descanse tanto, sería bueno que descansen los cuidadores así podríamos jugar a la escondida, hay muchos lugares para esconderse en un cementerio, pero a la tardecita da un poco de miedo, sobre todo si empiezan a cantar las palomas o si vuelan en esas bandadas inmensas que hacen ruido con las alas, parece que fueran espectros que vienen llegando a ocupar los lugares en donde han quedado sus cuerpos.
Pero no son bandadas de espectros, son sólo bandadas de palomas que van a asentarse, una a una, entre las ramas del olivo, para dedicarse, meticulosamente, a sacar uno por uno los piojillos que las atormentan cuando el sol les calienta las plumas.
El viento del Sur insiste en hacer volar nubes de polvo sobre los médanos, mientras se escuchan los chasquidos leves de las llamas al alcanzar las cañas altas que crecieron durante el verano.
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