Quizá no debí haber dicho que sí. Siempre queda la posibilidad de crear una razón creíble: una enfermedad súbita, un compromiso previo e impostergable, un olvido imposible de creer. Pero ya dije que sí, estoy en viaje y el viaje parece no tener fin. Si al menos pudiera dormir, pero el chico del asiento de atrás sólo deja de patearme los riñones en el momento en que me aplasta el pelo en el borde del asiento, mientras le grita algo a la que debe ser su abuela. No es que la señora sea tan vieja, ahora hay abuelas jóvenes, sino por la paciencia que le tiene. Hasta ahora, no le ha dicho en ningún momento que se quede quieto y ya van tres horas de viaje. Qué me esperará cuando llegue, hace tanto que no vuelvo, creo que la última vez fue hace 20 años.
Habrá crecido el pueblo, debí haberle pedido más informacion al cura para no quedar tan descolocado. Tendré que andar con cautela antes de preguntar por alguien, en estos años habrá habido varias muertes y divorcios, que son la principal causa de los momentos incómodos en estas reuniones, que se programan como el gran reencuentro y a veces terminan siendo un bodrio insoportable. Si pudiera al menos descansar un rato tal vez llenaría algunos baches en mi memoria. Siempre me ha costado acordarme de los nombres, incluso de personas con quienes tengo trato cotidiano, no quiero pensar cuando tenga que saludar a alguien que me esté diciendo cuánto se alegra de verme, me diga hasta el sobrenombre que me daba mi abuela a los cinco años y yo no logre recordar de quién se trata, para contraatacar con alguna referencia válida.
Ahora parece que la bestia se ha tranquilizado, trataré de hacer el inventario: seguro que el primero que me encuentro es el cura, lo cual es lógico ya que la convocatoria es para conmemorar la construcción de la capilla en el terreno que donó mi bisabuelo.
Espero haber traído la tarjeta de invitación, creo que la firma el reverendo. De todos modos, ahí puedo zafar, a todos se les dice Padre y la mayoría son Antonios, si no le acierto será lo bastante diplomático para hacer como que no escuchó. Un poco más problemático será el intendente, ese iba a la escuela en la misma época que yo. Era un gordito cachetes colorados, me acuerdo el lugar que estaba en la formación. En invierno usaba una bufanda verde, el guardapolvos le quedaba largo y tenía una Topper celestes que a mí me hubiera gustado tener. Me parece que vivía frente a la plaza, sí, el padre tenía la zapatería, ahora me acuerdo, el apellido era Yáñez. Y bueno, me haré el protocolar y le diré señor Yáñez. Con este zafaría, pero quedan las maestras. Si es la fiesta de la iglesia, seguro que estará todo el plantel actual y anterior de La Merced. Para colmo, las maestras cuando se van poniendo viejas parece que se les acentúa la memoria y se acuerdan de los nombres, apellidos, apodos, lugar en que se sentaban y hasta las notas de matemáticas de cada uno de los ochocientos alumnos que han pasado bajo su cuidado y atención. Para mí que empiezan a inventar, no puedo creer que se acuerden de tantas caras y nombres.
¿A quién se le habrá ocurrido que mi presencia es indispensable? Mis amigos de aquella época no eran de preocuparse por este tipo de actos, eran un poco reos, pasábamos más tiempo en el billar que en la iglesia.
Y yo cómo caí con esta invitación, me dejé llevar por el "Estimado y querido hijo de la ciudad de San Jorge", quién habrá sido el cretino que las diseñó. Me dijeron que eran cinco horas de viaje, ya deberíamos llegar.
Ya no tengo dudas, va a ser un día endemoniadamente largo...
Habrá crecido el pueblo, debí haberle pedido más informacion al cura para no quedar tan descolocado. Tendré que andar con cautela antes de preguntar por alguien, en estos años habrá habido varias muertes y divorcios, que son la principal causa de los momentos incómodos en estas reuniones, que se programan como el gran reencuentro y a veces terminan siendo un bodrio insoportable. Si pudiera al menos descansar un rato tal vez llenaría algunos baches en mi memoria. Siempre me ha costado acordarme de los nombres, incluso de personas con quienes tengo trato cotidiano, no quiero pensar cuando tenga que saludar a alguien que me esté diciendo cuánto se alegra de verme, me diga hasta el sobrenombre que me daba mi abuela a los cinco años y yo no logre recordar de quién se trata, para contraatacar con alguna referencia válida.
Ahora parece que la bestia se ha tranquilizado, trataré de hacer el inventario: seguro que el primero que me encuentro es el cura, lo cual es lógico ya que la convocatoria es para conmemorar la construcción de la capilla en el terreno que donó mi bisabuelo.
Espero haber traído la tarjeta de invitación, creo que la firma el reverendo. De todos modos, ahí puedo zafar, a todos se les dice Padre y la mayoría son Antonios, si no le acierto será lo bastante diplomático para hacer como que no escuchó. Un poco más problemático será el intendente, ese iba a la escuela en la misma época que yo. Era un gordito cachetes colorados, me acuerdo el lugar que estaba en la formación. En invierno usaba una bufanda verde, el guardapolvos le quedaba largo y tenía una Topper celestes que a mí me hubiera gustado tener. Me parece que vivía frente a la plaza, sí, el padre tenía la zapatería, ahora me acuerdo, el apellido era Yáñez. Y bueno, me haré el protocolar y le diré señor Yáñez. Con este zafaría, pero quedan las maestras. Si es la fiesta de la iglesia, seguro que estará todo el plantel actual y anterior de La Merced. Para colmo, las maestras cuando se van poniendo viejas parece que se les acentúa la memoria y se acuerdan de los nombres, apellidos, apodos, lugar en que se sentaban y hasta las notas de matemáticas de cada uno de los ochocientos alumnos que han pasado bajo su cuidado y atención. Para mí que empiezan a inventar, no puedo creer que se acuerden de tantas caras y nombres.
¿A quién se le habrá ocurrido que mi presencia es indispensable? Mis amigos de aquella época no eran de preocuparse por este tipo de actos, eran un poco reos, pasábamos más tiempo en el billar que en la iglesia.
Y yo cómo caí con esta invitación, me dejé llevar por el "Estimado y querido hijo de la ciudad de San Jorge", quién habrá sido el cretino que las diseñó. Me dijeron que eran cinco horas de viaje, ya deberíamos llegar.
Ya no tengo dudas, va a ser un día endemoniadamente largo...
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