Los cargos públicos : ¿carga o empleo bien remunerado?
La realidad hace que se pierda hasta la última ilusión de que detrás de cada cargo debe existir la voluntad de ejecutar un determinado proyecto político, fundado en una ideología y con un objetivo específico.
Hubo épocas en que la militancia se demostraba en el trabajo cotidiano, en cada cosa que se hacía, en el poner en práctica lo que se conoce como compromiso social. Entonces, tener que ocupar un cargo público, incluso aquellos a los que se llega por el voto popular, era una carga. Se prefería el bajo perfil, el trabajo solidario, el codo a codo y hombro a hombro con el pueblo.
Después, el pueblo se transformó en “la gente”, y la militancia se alejó algunos pasos: empezó a resultar conveniente el acceder a algún fondo con el cual financiar los gastos que acarreaba la participación.
Esto llevó al surgimiento de una nueva especie: los militantes pagos, subsidiados por el orden al que declamaban querer modificar. Más horas de militancia permitían acceder a puestos más expectables en las listas; si se contaba con la suficiente astucia, incorporarse en cargos políticos, cuya jerarquía era inversamente proporcional a los escrúpulos del aspirante.
Al aparecer estos incentivos, empezaron a crecer las alianzas más inesperadas y acomodaticias. No importaba de la mano de quién o con quién se llegaba, sólo importaba llegar. Sin proyecto, sin ideología, sin el menor asomo de ética o de compromiso moral.
Así han llegado a ocupar espacios de decisión los más disímiles, bastardos y mercenarios amontonamientos: no importa si hasta hace un momento eran adversarios o enemigos, lo importante es acceder a algún empleo. De todos modos, en lo único en que es necesario acordar, es en la distribución del botín: nuevos cargos, algún subsidio. Para quien no tiene nada, algo es muchísimo. Para quienes desconocen la decencia, no existen límites a la rapiña.
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