La resonancia de los suplicios

El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)

Nombre: blanconegro
Ubicación: Argentina

15 mayo 2009

Inti Huasi

Vamos a probar suerte, dicen que la luna los atrae para esta zona, la cuestión es sacarlos, dijo el mayor con voz un poco gangosa, tal vez por el viento frío o por las nubes bajas.
El otro no contestó de inmediato.
Sólo se limitó a mirar a su alrededor, para verificar si aún estaba en su lugar el castaño.
Pensativo, recordó cuántas veces se pinchó los dedos tratando de sacar la fruta de su nido de espinas, y cuántas más se quemó al sacarlas de las brasas.
Tal vez podamos pescar alguno, dependerá de nosotros, dijo más tarde, mientras espantaba las mariposas molestas que volaban a ratos, para después posarse sobre su sombrero roto.
En el medio del silencio, unos patos empezaron a pelear. Se oían desde lejos sus gritos y desde cerca se podía ver cómo volaban las pequeñas plumas que se arrancaban a picotazos.
El mayor rezongó, molesto porque el bullicio alejaría a los bagres y dientudos de la costa, dejando sólo alguna vieja del agua. No las quería, porque en su piel arrugada le parecía reconocer rasgos que a veces encontraba en el espejo, las mañanas de los lunes o las tardes de los viernes de julio.
El otro seguía mirando el castaño, que estaba ya con pocas hojas. Las semillas se habían esparcido alrededor del tronco. Los caballos las rompían con sus cascos brillantes y fuertes para comerles el corazón; a ellos les gustan las cosas dulces, por eso miran de ese modo calmo cuando uno se les acerca y les habla.
El mayor fue rezongando, abriéndose paso entre las cortaderas, hasta el sitio donde alborotaban los patos.Tiró unas cuantas piedras al agua.Asustados, los patos volaron, y siguieron la discusión en el aire, hasta perderse de vista, dejando un tenue sendero de plumitas blancas que se llevaba el viento.
El otro, olvidado de todo, caminó hasta la pirca, se sentó, encendió un cigarrillo y fumó lento, mientras la luna subía, enorme y amarilla sobre los cerros.