Cuando en la finca hacíamos mezcal
el sol parecía estar un poco más cerca
calcinando los adobes a la siesta
su recuerdo cuando la luna brillaba.
Los pasos del ganado levantaban nubes de polvo
amarillento, muy fino, que se derramaba en los patios.
Había un capataz, voz ronca y mirada clara
daba órdenes breves, pocas palabras
cualquiera entiende y obedece pronto.
Por las noches, a veces,
traía con la guitarra sus amores idos
y todo quedaba en silencio
muda la oscuridad, el respeto ciego.
En la finca cerrada, sólo queda el viento.
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