Una
mirada puede irse
dejando
los ojos desiertos
hasta
el instante justo
en
que decide volver
a
su sitio, el centro de la pupila.
Quedarse,
tranquila,
esperando
la próxima distracción
para
escapar
a
ver el mundo, sola,
sin
el condicionante
de
unos ojos que apenas
sirven
para ver lo concreto.
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