Tras
el inabarcable color de las glicinas,
ojos
pálidos la urraca observa
con
ansiedad manifiesta el desplazarse
de
abejas que se fatigan en la tarde.
Ida
y vuelta, viaje tras viaje
arriesgando
la vida en cada uno,
afrontando
riesgos que no cesan
néctar
y polen, sudor y sangre,
humildes
soldados que batallan
sin
quejidos ni lamentarse
como
suele suceder con humanos,
vidas
expuestas para alimento de rufianes.
Que
cumpla su deseo la urraca, ya,
que
diezme su ejército a los zánganos.
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