Así, desde muy temprana edad, los seres humanos son bombardeados por propuestas que apuntan a lo individual y superfluo, generando esto conductas competitivas.
El poder, tanto político como económico, se ve sumamente favorecido por estas mayorías acríticas, fácilmente controlables y excelentes clientes, prestos a satisfacer las necesidades que se les fabriquen.
A pesar de tantos esfuerzos de los muy pocos que se benefician con este estado de cosas, hay pequeños fuegos imposibles de apagar. Quizá sea el primario instinto de supervivencia que protege a la especie; quizá sean fallas en la programación de los mecanismos universales; tal vez sólo errores de la naturaleza o antídotos para impedir la autodestrucción. Pero existen seres íntegros, regidos por principios dignos, que viven la solidaridad y el respeto al otro como factores clave para alcanzar el propio equilibrio.
Personas simples, que rara vez trascienden, porque su objetivo no es brillar sino ser como quienes están a su lado; personas que los poderosos odian, porque los temen, sabiendo que no pueden comprarlos.
Simplemente, personas admirables…
La resonancia de los suplicios
El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)
06 enero 2007
Los raros
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