El viento de agosto parece empeñado en arrastrar todo cuanto encuentra en el campo seco. La cosecha ha sido escasa este año y no se pudieron sembrar verdeos. Las vacas se amontonan en los corrales esperando el momento en que las raciones lleguen a los comederos.
En la casa, se han juntado algunos vecinos para ayudar en la carneada. Cada uno repite su tarea: los hombres se encargan de cortar y separar carne, grasa, hueso. Las mujeres van y vienen, para ellas es la parte mas sucia: limpiar tripas, hacer fuego, derretir grasa, preparar morcillas. Mientras, los chicos disfrutan de la libertad adicional que les proporciona la presencia de amigos que los consienten y les permiten algún privilegio inusual, prestándoles los cuchillos mas filosos o invitándolos con algo de vino rebajado con soda.
Bajo el silbido interminable del viento, se oyen algunos murmullos suaves, un chasquido de acero en la chaira; en la radio, las noticias informan que fue encontrado el cadáver de Pedro Eugenio Aramburu.
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