Como
una llamarada
un
estampido o un trueno
comprende
que sólo puede
tener
existencia en los sitios
desde
donde se ve el cielo,
aunque
sea apenas un pedacito
entrevisto
a través de una mirilla
o
el ojo de una cerradura.
Delante
suyo hay una rendija,
dos
tablas separadas
por
obra de la potencia del sol
o
la imprecisión de un vándalo.
-
¿Querés salir?
-
No, prefiero el encierro
-
Pero mirá, está lindo afuera
-Ya
estuve afuera y volví
-
¿No vas a salir nunca más?
-
Ya he visto lo suficiente
para
recordar por las noches
cuando
la vigilia se alarga
o
entrelazarlo en los sueños
cuando
al fin logro dormir.
Fija
la vista, imperturbable,
el
camino se estrecha
entre
los bordes de la madera.
A
lo lejos, entre sombras alargadas
el
último reflejo del sol
sobre
la calma del lago helado.
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