Si por
alguna conjunción cósmica
o
un mandato ancestral
me
fuese dada la facultad
de
preservar lo más bello,
sin
dudarlo elegiría al silencio:
el
de las tardes de diciembre
o
las mañanas de abril,
el
pequeño, el molesto,
el
que parece asfixiar
o
el que sigue a las tormentas.
Lo podría
a buen resguardo,
que
no lo maten las palabras,
no
lo atropellen ni desangren,
que
no desarticulen su música
los
bárbaros desbocados.
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