Mis dedos dibujan gatos,
quizá sea que las palabras
no pueden ser pronunciadas.
Mi voz se aferra
con fuerza a mi garganta,
se esconde detrás de la lengua
y no hay modo de sacarla.
Quizá quisieran ocultarse
en una gruta,
resguardadas en el silencio
eficaz de una montaña,
un camino perdido entre rocas
y la nieve
que no deja de caer.
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