Estremecida, esperando inútilmente un milagro, la tarde muere entre nubarrones ataviados de púrpura.
Un
reflejo oscuro asoma amenazante, como si tratase de neutralizar el oro fugaz en
los cerros o el parpadeo sin fin de las luciérnagas tempranas.
El
viento leve y fresco es una caricia infantil sobre las espinas de los talas,
sobre las hojas brillantes de los molles, entre las estrellas rojas y lilas de
las verbenas.
El
llanto de un crespín trae el mensaje de la realidad.
Antes
de que sea noche, antes de que la lluvia llegue, debo partir.
La
belleza es un don prestado, casi siempre.
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